Jacques Brel - Amsterdam.
La canción prostibularia más popular de la historia tendría una réplica discreta del genial David Bowie. Le sentó francamente mal a Brel esta intromisión de Ziggy Stardust en sus dominios y cuando le preguntaron que le parecía, contestó con un desprecio evidente y una considerable incorrección política que no quería saber nada de aquel pédé.
No debemos tenerle en cuenta sus salidas de tono, la víctima propiciatoria de sus ataques era frecuentemente él mismo, una de sus características más acusadas era que su palabra iba tres segundos por delante de sus pensamientos y decía lo primero que se le ocurría apelando al corazón. También era reseñable que se riera del acento que le había entregado su ciudad cuando ya no tenía remedio y, en el fondo, no quería que lo tuviera, o que se refiriera a sí mismo con el nombre grandilocuente de Grand Jacques para desgranar las miserias de su propio comportamiento y su actitud hacia la guerra que había pasado y que le hacía no dimensionar adecuadamente las que estaban ocurriendo sustentadas por un nefasto pasado colonial o el resquemor por los amores muertos y los que vendrían.
Amsterdam es un momento para la eternidad sincera y apasionada de un bruselense corroído por el fulgor de su propia inteligencia. Su épica y sana capacidad competitiva forjada en la visión compulsiva de los héroes de Ford en su niñez hizo que aceptara sustituir a una Marlene Dietrich que no quiso acudir, argumentando problemas de salud, a su cita con el Olympia el día siguiente de que el auditorio parisino fuera arrasado, en cualquiera de los sentidos, las sillas rotas dieron fe de ello, por el entusiasmo juvenil de los seguidores de Johnny Hallyday.
Barbara - La marcha nupcial de Brassens
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Su voz prodigiosa que conservaba un tono melodioso y conmovedor en los registros más altos llenó canciones de su autoría, pero quizás donde pudo recurrir con más acierto a su ayuda fue en las canciones de Brassens, también lo intentó con Brel, pero no pudo; lo mejor su bizarra interpretación del "No me dejes", nos demuestra que la rapidez no resaltaba la calidad de la inmortal canción.
Quienes conocen superficialmente a Brassens, suelen recurrir al tópico de su monotonía, lastrado por la falta de orquestación, la mayoría de las veces solo se acompañaba de guitarra y contrabajo, pero no hay nada más lejos de la realidad, fue un mago en recoger aires de todos los vientos. Su marcha nupcial, muy querida por él, ya que narra la boda de sus padres, el bueno de Georges, para dejar bien claro su posición hacia el matrimonio, le dio una cadencia de marcha fúnebre. La versión de Barbara es tan maravillosa que yo la escucho alternándola con la de su autor.
Barbara dedico un disco entero a versionar canciones de Brassens y Brel. Acertó de pleno con el primero, rivalizando, a base de voz y solemnidad lírica, con el cantante de Séte que disfrutaría toda su vida de la devoción de sus colegas. A Brel no le añade nada; una mala elección de canciones no nos ayuda a degustar la personalidad terrible del monstruo franco-belga, no hace que disfrutemos de su periplo por las sombras refugiado en su timidez nada incompatible con su descaro. A pesar de encontrarse en ellas, disfrazada Barbara de rata de tugurio en la versión menos popular de Juliette Gréco, la versión más original y acelerada de la inmortal, para disgusto del bruselense, "No me dejes".
Publicado por Francisco Enrique León en 4:59
Haga Dios que mi queja guarde alas
y a marchas forzadas
le hable de la lluvia,
la lleve a las tormentas
que nos sorprendió abrazados,
y le cuente
que una saeta criminal
ha dejado en la diana de mi pecho
una pequeña flor que se le parece.
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Alentado por la lengua veloz e irreflexiva de quien alguna vez pretendió ser poeta y, en realidad, escribía cuentos, inventé que esta canción la conocí muchos años después de haberlo hecho realmente, que me llegó a través de un amor que no existía y que me atormentaba escucharla en un recuerdo sin nombre. No estaba en el primer disco de vinilo que tuve de Brassens, pero sabía de qué trataba y hablé varias veces de ella con un admirador del poeta francés en las noches interminables del Moonlight.
Una de las cosas que llevo con más orgullo, no sé cuántas veces lo habré dicho, es haber llegado a la conclusión de que tengo en él al más ilustre de mis paisanos. Sète (Seta en occitano), el pueblo donde nació también Paul Valéry, y Ceuta eran rigurosamente homófonos, ambas tienen un número de habitantes similar, son marineras y están heridas de muerte por el Mediterráneo; Sète ama la poesía aunque esté enterrada en el Cementerio de los pobres, Ceuta detesta a los poetas que hablan demasiado y no fingen estar ciegos, nunca me he dado por aludido. Ya me he dado cuenta de que los franceses han decidido dejar el nombre de mi ciudad tal cual, y cambiar el de Sète, una lástima; son más osados que nosotros a la hora de modificar una Constitución.
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Ahora andarás perdida entre mis sueños
y asomarás por donde asoma
el blanco sol de enero.
(Traducción de la versión española)
Ahora que lo nuestro terminó, qué loca tú, qué loco yo, qué tristes al final. Soñamos con Venecia y la libertad´, con la escapada de Alfred de Musset y George Sand en la mente. ¿Puede haber un delirio de amor más romántico?
Sencillo y discreto, no se ha distinguido por una copiosa producción pero ha mantenido el corazón de sus fieles a los que les entregó el talante definido de un hombre comprometido con los grandes problemas de nuestro tiempo, desde su rincón supo desgranar y ofrecer su opinión sobre asuntos que nos inquietan a todos con valentía y con sinceridad.
Hélène Segarre - Ella, tú la amas. Francis Cabrel - Ella escucha las flores crecer.
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Alba hermosa
dime de dónde vienes
ya sé que amas a otra
y a mí ya no me quieres.
(Anónimo)
Lo que más me gustaba era cuando nos ponía canciones, hay algunas que las recordaré siempre, así de repente destacaría dos; la delicada evocación del amor romántico y libre de "Elle écoute pousser les fleurs" de Francis Cabrel y ésta de Hélène Ségara en la que sigue la tradición turbadora de la doncella abandonada cuya alma sangra mientras canta su desventura. Desconozco si ella preparó esta versión o se la prepararon, moderniza y mantiene la fuerza el fado “Canción del mar”, cantado por la temperamental y apasionada Amália Rodrigues, del que solo toma la música.
Ella escucha crecer las flores, desaconsejo la desafortunada versión en castellano pues ni de lejos transmite la ternura y el ensueño de la original. Por suerte Francis Cabrel tiene en “La quiero a morir” y “La tinta de tus lágrimas” y alguna otra unas versiones que compiten en excelencia con las originales en francés.
Cuando los socialistas lo eran cantaban con cualquier excusa, por peregrina que fuera, "El tiempo de las cerezas". Ahora engrosan las filas de un partido pequeño-burgués y progresista que piensa en las ostras y el champagne, que ve a Ninotchka todos los días, que habla de las buenas intenciones, pero se las reserva para sus correligionarios mientras cargan los hombros de los empleados con impuestos incomprensibles. Tenemos un presidente ausente que no da la cara en este tiempo difícil y cruel que necesita explicaciones.