hueco ya, sin la voz que lo gobierna,
es tan solo un objeto inanimado
de algún rincón oscuro en la taberna.
Con el rostro roído por los años,
sin aquél que lo mueve y lo sustenta,
ya sin fuerzas, coraje, ni redaños
para enfrentar del tiempo la tormenta,
no queda del gallardo caballero,
ni su templada voz, ni su donaire;
todo se lo llevó el titiritero
y en su inmenso vacío falta el aire.
Sin la sutil presencia que lo encanta,
la soledad del títere me espanta.