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Una épica acaso de otro mundo
nos permite seguir con lo inspirado
con agendas y fechas, citas y quedadas,
bajo un cielo ancestral mientras acaba el día
los girasoles lucen en penumbras soldadas,
la cadena de espíritus soplados en la arena,
cuyas huellas se alzan,
antes de que las aguas las moldeen
y se nutran sus olas de la arcilla incendiaria
del silencio.
Es esa imagen mustia la que asciende con el humo
-El humo nunca solo, no aprendió soledades.
Las reprende con gases en la atmósfera.-
atravesando el rictus de la luna.
A veces desvanece los latidos
-¿Qué sucede en el cuerpo que se eleva?-,
se acopla con sus rasgos y mordazas
al tempo de las vísceras;
es quizá esa señal
-Porque el pulso reitera lo vivido.-,
acaso ruido blanco que acopla los sentidos
y los asocia a estados,
hasta memorizar su propia música
-Suena igual en la piel,
y a veces queda muerta.-.