las mentiras ya no son necesarias,
el aire se vuelve cada vez más denso
y las pupilas se entornan imaginarias y aletargadas.
Así que, como un viejo sin salida,
con la minusvalía acorde a la torpeza,
y la seriedad vestida de andar por casa,
absorbo el vaivén indeterminado de un final en progreso,
donde la luz pierde su brillantez a cada paso transcurrido,
y los cromosomas del tiempo
reducen el mismo a algo diminuto y caduco.
He andado por tantos caminos que los pies ya no lo soportan,
que este cuerpo, otrora, arraigado y fuerte,
ya da demasiadas señales de fatiga.
Que a ti no te escucho, es una señal inequívoca,
que no te volveré a escuchar, es una realidad cruel,
y que siento palidecer el rostro
a cada nueva marca con la que las arrugas me obsequian,
es la entrada a la puerta de una única salida.
Creo que vivir por vivir en un error disparatado y craso,
y sentirse muerto sin estarlo, es como fallecer con los ojos abiertos,
los oídos con melodía y los sentidos en constante rebelión.
Nada es lo que parece, y todo es tan real como la nada.
Los miro, más no los siento,
los oigo, pero no los escucho,
y en el umbral del desamparo,
vestido y sin aliento,
dejo volar la cometa con la libertad que no poseo
y los ojos atolondrados en constante lucha por caer abatidos.
Más no sé dónde estará el final, cuanto faltará por llegar,
el caucho de los zapatos esconde su deterioro,
la piel se escuda bajo una camisa desgastada,
y mis ojos, mis oídos, aún buscan una señal suya,
que me indique que bajo la sombra de sus árboles
está la oscuridad de mis días.
Quién sabe,
es posible que aprenda a morir,
después de vivir muerto.