la discusión cinética que se suscita entre tus ojos y tu voz
la directriz de la mala cepa que emigra de la vereda hasta las manos,
luego de algunas farfullas, acabará por separarnos.
Todavía no nos hemos espiado en la ética aristocrática del pavo real,
en el tiempo monocromático que emerge de las alas de una lágrima voluble
ni en la salitre apabullada de una noche
siquiera para compartir la eternidad en menos de cuatro metros cuadrados.
Desfigurado y asumido letargo entre un paso y la carrera
la posición de monje extraviado antes de mentirme,
la maniática costumbre de deshacerme antes de tomarme.
Y aún somos dos abochornados,
midiendo cada centímetro de pupila y palabra,
cada detalle inocuo que aparece para la resurrección.
Aún somos dos dimensiones latentes,
abarrotadas de utopías y picadas sin consuelo,
mientras la palidez del silencio aterriza sigiloso en la maraña.