Editorial Alaire

Queridos amigos:
Os animo a participar en un poema compartido dedicado a la mujer que nos ha dado todo: la madre.
Propongo estrofas de como máximo 5 versos por autor. Verso libre.
Todos podremos participar más de una vez, pero, por favor, tenemos que esperar que, antes que nosotros, hayan participado tres compañeros.
Un fuerte abrazo.


Madre.
Te recuerdo en mis ojos.
En esas lágrimas que ahogo en el infinito,
en el silencio, en el miedo a la espuma
de mar golpeando mi ocaso.

Si pudiera tenerte, tomaría
tu guirnalda de flores y en mi pecho
pondría un corazón de flores nuevas
con que ofrecerte luego
ese bosque de sauces que no tuve.

Me ofreciste un mundo por descubrir
y la facultad de elegir sus recorridos;
una libertad, un trabajo, un dispensario
y una nube en blanco
para futuras tormentas.

Alguien dijo que estaba escrito
desde el primer diciembre
y a tu fortuna de mujer sin más
se sumaron hijos y un sin vivir
en el amor más puro.

Los árboles del cielo
acarician con su sombra
y maternales frutos
la soledad en agua viva.
-Todo el tiempo-.

Los árboles viven en plenitud
con madres florecientes de pasiòn,
el lecho del nido de pájaros;
las manos acariciando panes
el amor de una mujer latente.

Un inmenso regazo,
su imagen boreal,
se alza en pliegues, cenizas
de un hoy que te requiere,
de un hoy que se rebela del olvido.

¿Recuerdas a algún pequeño pájaro caído de su nido?
¿Recuerdas cómo lo sostenías y su temblor, mamá?
Así tuve, delicadamente, en el final tus manos
y siempre me arrepiento
por no haberte besado más mientras vivías.

En el aire, estoy tallando la gloria,
la ternura en sílabas de niño eterno
con música para dominar la tristeza.
En mi corazón, vivo el amor
en tu regazo de madre.

Me caigo, me vuelvo a caer,
pero, -¿sabes?-
me cuesta demasiado levantarme.
¿Dónde están tus brazos? ¿tus abrazos?
Ahora la herida no cura.

A pleno sol de mí me alzaste un reino.
Y en la sequía fuiste aljibe,
oasis de agua serena, y lluvia y mies,
madre. Y honda raíz y río, pétreo tu paso,
frágil madre inmortal.

Me diste la fruta de inocencia;
el atuendo para migrar pasiones,
el amor de mujer para vivir,
el àrbol de la flor de bondad.
el árbol de un sueño divino.

Eras el cachito de pan
en los huecos del hambre,
paso firme sobre la tierra,
la señal de la cruz
en las caídas de mi vida.

Hice vida de tus visiones
y mis brazos se hicieron grandes
para alcanzar a los tuyos,
lo que tardó ese beso que no pude darte,
madre.
José Manuel F. Febles

A la casa regresa tu voz
cuando cae la tarde,
y una fotografía tuya tiene la libertad
de conocer mis lluvias, mis sueños,
madre, y el fervor de quien te nombra.

José Manuel F. Febles