Editorial Alaire

Queridos amigos:
Como regalo para el maestro Antonio Gamoneda, proponemos escribir un poema, entre todos los que queráis participar. Dicho regalo se lo entregaremos a Antonio el 25 de abril, durante los actos que celebraremos en León, junto al reconocimiento como presidente honorario de nuestra casa, la Academia de Poesía Alaire.

-Poema sobre las relaciones entre poetas (amistad, amor, admiración, gratitud, desengaño...).
-Cada intervención será de una estrofa de 4 versos multimétricos o, bien, versos a gusto del autor.
-Uno de los versos tiene que ser de Antonio Gamoneda, extraído de cualquier poema del maestro. Este verso se escribirá en negrita.
-Cada autor podrá intervenir más de una vez, pero tendrá que esperar a que se hayan escrito, por lo menos, tres estrofas después de su última participación.
-El poema resultante, lo imprimiremos en una edición especial y enviaremos un ejemplar a cada autor que haya participado, firmado por el propio Gamoneda.

Sería muy conveniente que pensáramos lo que vamos a escribir, que guarde relación con la estrofa que nos precede, que cuidemos los detalles..., en fin, que pongamos toda la carne en el asador para que el poema resultante sea una buena muestra de la poesía de Alaire.

Con las gracias anticipadas os enviamos un cordial abrazo.

Homenaje a Gamoneda

La belleza y el ansia se desnudan
en cada verso de tus lúcidos poemas.
Hay música del cielo, grito humano,
un paisaje sublime que nos deja ciegos.

Porque es lícita la luz
si sacudí las cenizas de mis párpados
para ofrendarte palabras pequeñas
que se deslumbran al contemplar tu rastro.

Es la inquietud de las madres volcadas sobre el abismo,
unas tetas que nutren a cachorros de pino
en las sierras; una huella que duele
sin que hiera, el canto del autillo.

La belleza y el ansia se desnudan
en cada verso de tus lúcidos poemas.
Hay música del cielo, grito humano,
un paisaje sublime que nos deja ciegos.

Porque es lícita la luz
si sacudí las cenizas de mis párpados
para ofrendarte palabras pequeñas
que se deslumbran al contemplar tu rastro.

Es la inquietud de las madres volcadas sobre el abismo,
unas tetas que nutren a cachorros de pino
en las sierras; una huella que duele
sin que hiera, el canto del autillo.

Por la escalera sube una mujer
de pan caliente y manos frías,
sombra de acero y plomo en la mirada
y un reflejo amarillo de cansancio.

Mujer, rango invernal empeñado en las letras,
como el aire que busca ser paloma; mujer, parte de un todo
y partícula sola de un verso sin espacio en el poema. Mujer,
es perverso el idioma pero es enjundia de mi cuerpo.

La belleza y el ansia se desnudan
en cada verso de tus lúcidos poemas.
Hay música del cielo, grito humano,
un paisaje sublime que nos deja ciegos.

Porque es lícita la luz
si sacudí las cenizas de mis párpados
para ofrendarte palabras pequeñas
que se deslumbran al contemplar tu rastro.

Es la inquietud de las madres volcadas sobre el abismo,
unas tetas que nutren a cachorros de pino
en las sierras; una huella que duele
sin que hiera, el canto del autillo.

Por la escalera sube una mujer
de pan caliente y manos frías,
sombra de acero y plomo en la mirada
y un reflejo amarillo de cansancio.

Mujer, rango invernal empeñado en las letras,
como el aire que busca ser paloma; mujer, parte de un todo
y partícula sola de un verso sin espacio en el poema. Mujer,
es perverso el idioma pero es enjundia de mi cuerpo.

Has dibujado el mundo en una mentira luminosa
llenando de cristales la pura geometría espacial,
reconstruyendo ojos sin autobuses ni paisajes en tu horizonte
y ahora eres mendigo de la luz en un hueco de mi galaxia.

Cuando nazcan las cerezas y despierte la tórtola
mi corazón migrante volverá
a ti, madre, que dejas la fruta madura
en el secreto gris de mi almohada.

Teníais para uniros
a un hombre de pretexto,
y versos, tierra roja y un río.
A eso, ahora, me uno yo.

La belleza y el ansia se desnudan
en cada verso de tus lúcidos poemas.
Hay música del cielo, grito humano,
un paisaje sublime que nos deja ciegos.

Porque es lícita la luz
si sacudí las cenizas de mis párpados
para ofrendarte palabras pequeñas
que se deslumbran al contemplar tu rastro.

Es la inquietud de las madres volcadas sobre el abismo,
unas tetas que nutren a cachorros de pino
en las sierras; una huella que duele
sin que hiera, el canto del autillo.

Por la escalera sube una mujer
de pan caliente y manos frías,
sombra de acero y plomo en la mirada
y un reflejo amarillo de cansancio.

Mujer, rango invernal empeñado en las letras,
como el aire que busca ser paloma; mujer, parte de un todo
y partícula sola de un verso sin espacio en el poema. Mujer,
es perverso el idioma pero es enjundia de mi cuerpo.

Has dibujado el mundo en una mentira luminosa
llenando de cristales la pura geometría espacial,
reconstruyendo ojos sin autobuses ni paisajes en tu horizonte
y ahora eres mendigo de la luz en un hueco de mi galaxia.

Cuando nazcan las cerezas y despierte la tórtola
mi corazón migrante volverá
a ti, madre, que dejas la fruta madura
en el secreto gris de mi almohada.

Teníais, para uniros,
a un hombre de pretexto,
y versos, tierra roja y un río.
A eso, ahora, me uno yo.

Yo vi su piel trabajada por relámpagos,
tocaban las manos de una mujer
de hermosura seducida
en la enramada de los años.

Piso la luz sobre los vertederos
en los desagües de la tarde.
En la piel de las algas piso tu olor manando a borbotones
de arterias cercenadas por el hacha.

Ah la pureza de los cuchillos abandonados.
Los pájaros inmóviles cruzan mis venas en el vértigo
que enloquece el rostro blanco del olvido.
Pero aún la quietud clama en los sauces de la misericordia.