Historia de un trastorno (II)

[Ricardo López Castro.]

Cada vez son más leves esos síntomas.
Apenas puedo recordarlos. El desamor y el aislamiento, sobretodo esto último, el sentimiento más profundo que existe. Nunca quise que todo esto pasara. No tengo la culpa de promover mi confusión. Estaba perdido.

La nostalgia de una vida plena no llamaba a las puertas de mi mente. Sólo un cambio de perspectiva, Ricardo, solo eso.

Las mujeres, todo ese daño, todas tus obsesiones. Haremos buen uso de tu inteligencia.

Dios entró en mi vida, pero no tenía fe.
Me creía Dios, pero jamás abandoné este mundo, de sombras, seres borrosos e historias horripilantes.

Sabía que era un chico muy sensible.
Doce horas al día, escribiendo.
Escritura maldita.
El tacto del bolígrafo, la visión de mis textos, lo único rescatable.

Nadie vino a salvarme.
La pata la metí hasta el fondo.
Y el cuerpo también.
Qué narices se me pasaba por la cabeza.
Nada, solo escribía, transcribía a Dios.

No me jodas, Ricardo, no tienes algo mejor?
Parecían decirme desde fuera.
Nadie se entrometía, por su calidad humana.
O directamente, porque no había dónde entrometerse.

Me han derrotado, y me sentía solo.
Vamos a tirar la casa por la ventana.
A ver si alguien se conmueve.
A ver si Yo me conmuevo.

Veamos quién gana está partida de estrategia.
Desafié a todos, todo.
Mis ilusiones, directamente no existían.
Claro, qué esperar de este infierno -literalmente-.
Qué ánima, alimentada por el diablo, iba a tentar a Dios en cualquiera de sus formas.

Me acordaba de ti, y de cualquiera.
Mis horas muertas también.
Y también me cagué en todos tus muertos, y en todos los demás.

Iba camino del suicidio, cuando me lavaron el estómago.
La mente, ya me la tenían bien sorbida mis afanes de ultratumba.
Y entre todo esto, más de lo mismo, ese desgarrador acercamiento al amor.

Otra causa para marcar las distancias.
No estaba loco, estaba perdido.
Perdido, joder. No sabes lo que es?

Pero ahora ya no te culpo, ni a ti ni a nadie.
Yo tampoco sabía lo que era estar perdido hasta que volví a pensar.
Esa vuelta de tuerca, era un quebradero de cabeza.

Ahora solo te tengo entre algodones.
Y a Dios no sé qué cojones ofrecerle.

[Hallie Hernández Alfaro]

Este II promete y sobrepasa las expectativas.

La inteligencia es un ardor que tiende al desbalance; cuestiona, roza, asume y espera...

Me ha encantado, amigo.

Te sigo con emoción.

[Ana García]

Ahora solo te tengo entre algodones.
Y a Dios no sé qué cojones ofrecerle.


No sé que se le puede ofrecer a una invención mental. Lo que sí sé es lo que nos ofreces con tus textos. Una lectura que nos mueve por dentro o nos inmoviliza. Jamás indiferencia ni aburrimiento. Siempre queriendo más, leyendo más.
A través del texto puedo ver la desolación del protagonista. La caída libre y el desamparo. Duele el dolor.
Te sigo.
Un abrazo.

[Ricardo López Castro]

Gracias miles, Ana, no sabes cuánto celebro leer tu comentario.