Al cabo de la noche

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Ana García
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Al cabo de la noche

Mensaje sin leer por Ana García »

—¿Pablo?
—¿Sí? ¿Ya has llegado?
—Sí, por eso te llamaba, para saber cuánto tardarás tú. El día se está poniendo malo y amenaza nieve. Por lo menos aquí ya han empezado a caer los primeros copos.
—Bueno, pues teniendo en cuenta que ahora estoy en pleno atasco de salida, calculo que llegaré a última hora de la tarde.
—¡Oye! Se me ha ocurrido una idea. ¿Por qué no pasamos el fin de semana en el hotel que hay a mitad de camino? Como todavía no he sacado los trastos, puedo montarme en el coche y esperarte allí. Esta casa no me gusta. Me he asomado por una de las ventanas y es lúgubre. Me la había imaginado de otra manera, no sé, más acogedora.
—¡Joder, Carmen, ya estamos con tus paranoias! ¿No habíamos quedado en que este fin de semana lo pasaríamos en esa casa porque te hacía mucha ilusión? ¿No eras tú la que suspirabas por alquilar una casa rural porque todas tus amigas han estado ya en una, y rezongabas hasta ponerme la cabeza como un bombo? Pues ahora te aguantas, vas entrando con los trastos y esperas a que llegue. ¡Ah! Y que no se te olvide encender la chimenea como te dije ayer.
—¡Serás gruñón! ¡Pues vaya un humor que tienes! Además, que sepas que estoy encantada con la excursión, lo que ocurre es que vamos a pasar más frío que en la casa del pueblo y ya es decir, pero viendo que te pones así, ¿sabes lo que te digo?, pues que te den. ¡Adiós!
—¿Carmen, Carmen? No me cuelgues que sabes que me pone muy nervioso. ¿Carmen?...

La cocina tenía una chimenea. Se sentó en una silla, cogió unos periódicos que había sobre la mesa y comenzó a hacer pelotas de papel con cada una de sus hojas. Luego las amontonó en el hogar y puso sobre ellas dos maderos gruesos y algunos sarmientos. Con uno de ellos encendido en la punta, pegó fuego a los papeles y observó como se incendiaban los troncos grandes.
Cuando terminó con el fuego se sentó a leer al amor de la lumbre. Apenas había abierto el libro cuando oyó un ruido. Se sobresaltó. Miró a su alrededor.
—¡Me cago en diez! ¿Qué estará haciendo Pablo que no llega? Seguro que sigue en el atasco —y acto seguido se dijo: "Carmen tranquila que ya eres mayorcita para asustarte. No ha sido más que el crujido de la madera".
Siguió leyendo, y al tiempo que lo hacía, sus oídos permanecían atentos a cualquier sonido. Se levantó y fue hasta el vestíbulo. Respiró aliviada, no sucedía nada extraño. Paseó entre ambas estancias un par de veces y volvió a su libro. Se animó a sí misma: "Pero, ¿qué va a pasar? Lo que soy es una cagueta e imagino cosas que no son. ¿Qué puede esperarse de una casa tan vieja como ésta, con el entramado de madera y esta humedad? Pues que las tarimas crujan, ni más ni menos.
Mientras hablaba para sí, le sobresaltó el pitido del móvil. Se abalanzó sobre el bolso que reposaba en el respaldo de una silla. Volcó el contenido sobre la mesa para encontrarlo más rápido. Cuando descolgó no hubo respuesta. Demasiado tarde. Solo la voz de Pablo que, hablando con el contestador, le anunciaba que se encontraba atrapado en la nieve y, que no podría llegar hasta que las máquinas despejaran la carretera. Después se excusaba por no mantener el teléfono encendido, pero en esas circunstancias era mejor conservar la batería por si había alguna urgencia. "¡Fenómeno! ¡Lo que me faltaba! Pero, ¿quién me mandará a mí meterme donde no me llaman? Si ya me lo decía mi madre, que yo era urbana, que el campo para otros. ¿Y Pablo? ¿Estará en apuros? Pues si está que lo esté. Si hubiera pedido la tarde libre ahora estaría aquí, y no atascado entre la nieve. Pero como don perfecto tiene que dejar todo preparado y rematado para el lunes, pues nada, cada uno con su guerra".
El móvil emitió una señal y se apagó del todo. Se había quedado sin batería. Carmen volvió a juramentar con él en la mano.
Estaba soltando pestes todavía cuando un aullido desgarrador se oyó en toda la casa. Carme saltó por encima de los trastos que tenía a sus pies y se atrincheró en la cocina. Corrió el cerrojo que había tras la puerta y esperó. Sus oídos trataban de identificar cualquier sonido.
Fuera, la nieve seguía acumulándose en los prados y pastos que rodeaban al edificio. Encogida en la silla, abrazada a sus propias piernas y reposando la cabeza en las rodillas, Carmen sollozaba.
Ahora ya no era el crepitar de la madera, eran lamentos ensordecedores. Empezaba a sentir pánico. ¿Qué podía hacer? Las lágrimas rodaban por su rostro y ella las enjugaba con la manga del jersey. Cuando se serenó un poco, comenzó a pensar en cómo abandonar el lugar. Volvió a llorar amargamente cuando vio a través de los cristales que la escapatoria era impracticable. La nieve alcanzaba ya el poyete de la ventana y de su coche solo se veían las ventanillas.
Dieron las doce. Carmen seguía acurrucada. Hacía ya una hora que no había vuelto a oír ningún ruido, ningún crujido. Nada de nada. Levantó la cabeza. Miró hacía la puerta y decidió entreabrirla por ver si fuera de la cocina seguían las luces dadas y todo como lo había dejado. Sujetando fuertemente con ambas manos, abrió. Todo seguía igual. Pero no se atrevía a salir. El pánico la invadió de nuevo y cerró rápidamente.
El cansancio la venció y, aunque su propósito era mantenerse alerta toda la noche, sucumbió al sueño. Mientras dormía, el fuego de la chimenea fue apagándose. Se despertó a las cinco de la mañana tiritando de frío. Vio que la chimenea no mantenía encendidos ni tan siquiera los últimos rescoldos. Estaba helada. Tenía que salir a por mantas si no quería morir de frío. Descorrió el pestillo y salió mirando en todas direcciones. Con paso rápido y nervioso fue hasta la sala de estar, cogiendo las fundas del sofá y las mantas que había y corriendo volvió a la cocina donde se encerró otra vez. Allí se hizo como pudo un camastro para terminar de pasar la noche. Las manos le temblaban no sabía ya si por miedo o por frío. Renunció a encender de nuevo la chimenea. Estaba exhausta.
Confundida, se tumbó de nuevo sobre las fundas del sofá y se arropó con las mantas. ¡Dios!, ¿qué habían sido aquellos alaridos tan tremendos? Estaba segura de que no había sido su imaginación. Su fantasía era tan prodigiosa que era capaz de vivir cualquier situación solo con imaginarla, pero aquellos gritos... No, seguro que los había oído.
Eran las seis de la mañana cuando un ruido sordo seguido de un aullido profundo la sobresaltó de nuevo. El golpe procedía de la habitación superior. El grito no pudo identificarlo. Saltó del improvisado colchón. Los sonidos continuaban. Se tapó las orejas con las manos, pero fue en vano.
Notó como los crujidos en las escaleras aumentaban. Ahora ya no cabía duda, el rechinar procedía de alguien o algo que se hallaba en ellas. Aterrorizada, Carmen se escondió debajo de la mesa. Los gritos herían su alma. Se cubrió la cabeza con las mantas y permaneció a la escucha.
Cuando se destapó, las estridencias continuaban, pero la luz del día comenzaba a atisbarse por la ventana. Tiritaba. No podía moverse. Creía tener los primeros síntomas de congelación. La temperatura en su frente era alta y no podía controlar el temblor. Volvió a reposar la cabeza en las rodillas. No podía llorar, no tenía fuerzas. "¡Por dios, que alguien me ayude! —Murmuraba entre dientes— Ya ha sido suficiente, no puedo más.
A las ocho de la mañana la Guardia Civil aporreaba la puerta. Les habían dado el aviso de que una mujer podía estar encerrada en la casa rural de Villaespino. Ante la falta de respuesta, la pareja, con sus pistolas en mano, se dirigieron a las ventanas donde volvieron a llamar insistentemente. Carmen levantó la vista, estaba débil, aterida de frío. Arrastrando las mantas hasta la ventana. Los hombres le indicaron que les abriese la puerta, pero ella se negaba a salir de la cocina; trataba de explicarles que había bestias, o espíritus, o dios sabe qué dentro de la casa. Los hombres le enseñaron sus pistolas y le aseguraron que la protegerían hasta que saliera de la casa.
Hecha un guiñapo descorrió el cerrojo de la puerta y con movimientos histéricos tiró del portón hacia dentro. Cayó rendida en brazos de los guardias. Entre ambos la montaron en el coche y la trasladaron a Villaespino, donde reposó todo el día en casa de unos vecinos que se ofrecieron a recogerla.
Cuando Pablo llegó a la casa, Carmen deliraba. Los guardias le contaron que su esposa durante el traslado, profería historias sobre golpes y gritos que había escuchado dentro de la casa. Le dijeron que era víctima de una fuerte conmoción debido a que esos gritos, con toda seguridad, le habían atormentado durante toda la noche.
—Lo que no saben ustedes —le dijeron— es que esa casa tiene su parte trasera en ruinas. Solo está rehabilitada para albergue una pequeña parte de ella, y en las noches de nieve y frío los lobos se cobijan en ella para resguardarse de la intemperie. Posiblemente fuera esto, acompañado de la inquietud de los animales que recorrerían las estancias, de un lado a otro, arrastrando y moviendo, con sus idas y venidas, viejos trastos acumulados en el desván, lo que oyera su esposa durante toda su noche de cautiverio.

La charla se vio repentinamente suspendida porque Carmen los llamó. Seguía sollozando, se sujetaba con fuerza la cabeza entre las manos y con mirada ausente les anunció que estaban nuevamente allí.
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: Al cabo de la noche

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Vaya , esto es muy bueno, Ana. La imaginación tira de todos lados como en una noche de fiebre hostil y alucinógena.
La casa con sus propios lobos, con sus propios demonios de humedad, con la madera crujiendo en el rincón más tenebroso del inconsciente.

Me gusta el final abierto, inexplorado, hundido en la lesión del espíritu.

Gracias por compartir; abrazos y felicidad.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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Ana García
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Registrado: Lun, 08 Abr 2019 22:58

Re: Al cabo de la noche

Mensaje sin leer por Ana García »

A veces nuestros miedos se basan en cosas lógicas. No tienen o no tenemos que imaginar cosas extrañas. Es curioso cómo la mente nos juega malas pasadas. Si la prota hubiera pensado un poco sentiría miedos reales, la intensidad puede que fuera la misma, pero no acabaría con un final incierto y su mente perturbada.
Gracias por tus palabras que animan a continuar.
Un abrazo.
Valle Oncina
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Registrado: Jue, 02 May 2019 9:47

Re: Al cabo de la noche

Mensaje sin leer por Valle Oncina »

Este también lo leí, entre el suspense y el terror.
La última reacción de la protagonista me recuerda a las películas de terror, más que el hecho en sí asusta la reacción humana.

Un abrazo.
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Ana García
Mensajes: 3044
Registrado: Lun, 08 Abr 2019 22:58

Re: Al cabo de la noche

Mensaje sin leer por Ana García »

Se trataba de ver esa reacción ante una situación difícil. Puede darse el peligro y la situación de miedo en cualquier momento y no es necesario preparar un ambiente tétrico. Un pinchazo en carretera con nieve y que no pase ni dios por ese lugar..., un perro que se enfrente a ti mientras haces una pequeña ruta (fue algo que viví y el momento tremendo no se olvida), etc.
Gracias por tus palabras, Valle.
Un abrazo.
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