La intensidad del dolor
Publicado: Jue, 01 Ago 2019 19:04
¿Siguen ahí? Me alegro. No esperaba menos de ustedes. ¿Chicle? Supongo que ahora quieren que les cuente algo sobre mí; lo malo es que no sé lo que les gustaría oír exactamente.
Tengo una idea. Ustedes siguen sin abrir la boca y me dejan a mí que adivine lo que no quieren oír.
Veamos... Estoy segura de que no quieren oír detalles de mi familia y amigos. Las anécdotas que pretenden ser graciosas me dejarían en el mismo lugar que a mi amigo personal, que le da por hablar siempre de más en las reuniones familiares, y los detalles más escabrosos de mi vida me los guardo para contarlos en sitios donde puedan pasar por invenciones.
¿Serían tan amables de darme una taza de café, largo y sin azúcar, por favor? El doctor tiene un dispensador en el vestíbulo, y ya de paso podrían quitarme esta camisa que tan gentilmente me han prestado, pero que no me deja mover los brazos y no pega, para nada, con mis sandalias plateadas.
Ustedes me dijeron que empezara a hablar desde el principio y a eso voy, a mi paso, naturalmente.
Supongo que tampoco quieren escuchar mis logros y mis fracasos en la vida académica y el que yo sacara buenas notas en el colegio o fuera una niña rebelde les deja totalmente fríos. No les apetece mucho escuchar por qué me aficioné a la lectura y a la escritura. Y si se lo digo sólo serviría para crearme mala imagen, ¿no?
—No, no tomo nada, ni siquiera una aspirina. Lo mío es todo natural.
—¿Que si hay cosas que me sacan de quicio? ¡Pues claro que las hay! Tener una aguja clavada en un flemón es una de ellas. Otra es que la anestesia te salpique en los ojos, y por último que tu dentista personal se resbale y vaya a caer con la contundencia de sus cien kilos sobre el cuerpo de una sin previo aviso.
—No, no suelo tener problemas con la gente. ¿Lo de hace un momento? Supongo que habrá sido como un resorte de mi boca. ¡Aggg! No me vuelvan a enseñar ese fragmento de nariz. ¿Y dicen ustedes que lo sacaron de mi boca? ¡Qué raro! Con lo pulcra que soy, no me veo yo metiendo cuerpos extraños en mi paladar.
—¿Un dedo también? Ay Dios y la Virgen Purísima, ¡no me reconozco! Menos mal que hoy en día hay tantos adelantos. Pueden cosérselo, ¿verdad? Que eso lo he visto yo en el matinal de las doce. ¡Sí, señor, ya voy, no se impaciente! Más me duele a mí, que ahora noto como dos bultos en mi boca y no digo ni pío.
—Que ¿qué ha pasado hace un momento? ¿Ven ustedes? A eso lo llamo yo ir al grano. Pónganse cómodos. Sí, sí, desde este sillón reclinable yo también me siento cómoda. No veo un pimiento, pero estoy bien. ¿Han visto mi cara? Se parece a la máscara del Ecce Homo. Y ¿se han fijado al entrar el buen gusto que tiene mi dentista? Es un amor de persona pero compuesto y sin novia, ya ves, quién lo diría. Dicen las malas lenguas que tiene un buen motivo, una razón muy masculina. En fin, nosotros a lo nuestro. Pues como les iba diciendo… ¡Ya me centro! Ahora mismo estoy haciendo memoria, pero es poco lo que les puedo contar. Sentí un pinchazo, un dolor y un escozor enormes. Más luego los cien kilos… y, no sé dónde narices, ¡Ay, perdón! He estado. Me vi de repente en una habitación muy pequeña, atada y amordazada en una silla. Tenía la extraña sensación de no ser una persona y de que mis órganos tenían vida propia.
—Ahora les noto como más atentos que al principio; si me ofrecen ese café sigo con mi pequeña historia.
—¡Qué alivio! Tenía la garganta seca y cierto regustillo a metálico. Hacen bien en aflojarse las corbatas; sentirán cierta opresión cuando oigan mi viaje. ¡No, no he salido de la consulta! Era yo y no era yo. ¿Cómo puedo explicarles lo que ni yo misma entiendo? ¡Eso mismo intento! Contarlo con mis propias palabras, pero a veces se convierten en imágenes y yo estoy dentro de esas poderosas imágenes y fuera de mi cuerpo a la vez.
—Y eso es todo lo que creo que pasó. ¿Por qué me miran de esa forma? ¿Que no lo entienden, dicen? Pues traten ustedes de explicarlo mejor, ¿podrán? Ya estamos todos igual, a mí también me duele la cabeza, amén de otras cosas que no nombro. ¡Qué raro, oigan!¡La gota es lo único que no me duele! Y ahora, por favor ¿pueden quitarme la chaqueta? Hoy tengo otra cita más y no quisiera perder la vez, mi peluquero nunca se aviene a razones.
—¡Ah, que me llevan ustedes mismos! Pero qué amables son.
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Tengo una idea. Ustedes siguen sin abrir la boca y me dejan a mí que adivine lo que no quieren oír.
Veamos... Estoy segura de que no quieren oír detalles de mi familia y amigos. Las anécdotas que pretenden ser graciosas me dejarían en el mismo lugar que a mi amigo personal, que le da por hablar siempre de más en las reuniones familiares, y los detalles más escabrosos de mi vida me los guardo para contarlos en sitios donde puedan pasar por invenciones.
¿Serían tan amables de darme una taza de café, largo y sin azúcar, por favor? El doctor tiene un dispensador en el vestíbulo, y ya de paso podrían quitarme esta camisa que tan gentilmente me han prestado, pero que no me deja mover los brazos y no pega, para nada, con mis sandalias plateadas.
Ustedes me dijeron que empezara a hablar desde el principio y a eso voy, a mi paso, naturalmente.
Supongo que tampoco quieren escuchar mis logros y mis fracasos en la vida académica y el que yo sacara buenas notas en el colegio o fuera una niña rebelde les deja totalmente fríos. No les apetece mucho escuchar por qué me aficioné a la lectura y a la escritura. Y si se lo digo sólo serviría para crearme mala imagen, ¿no?
—No, no tomo nada, ni siquiera una aspirina. Lo mío es todo natural.
—¿Que si hay cosas que me sacan de quicio? ¡Pues claro que las hay! Tener una aguja clavada en un flemón es una de ellas. Otra es que la anestesia te salpique en los ojos, y por último que tu dentista personal se resbale y vaya a caer con la contundencia de sus cien kilos sobre el cuerpo de una sin previo aviso.
—No, no suelo tener problemas con la gente. ¿Lo de hace un momento? Supongo que habrá sido como un resorte de mi boca. ¡Aggg! No me vuelvan a enseñar ese fragmento de nariz. ¿Y dicen ustedes que lo sacaron de mi boca? ¡Qué raro! Con lo pulcra que soy, no me veo yo metiendo cuerpos extraños en mi paladar.
—¿Un dedo también? Ay Dios y la Virgen Purísima, ¡no me reconozco! Menos mal que hoy en día hay tantos adelantos. Pueden cosérselo, ¿verdad? Que eso lo he visto yo en el matinal de las doce. ¡Sí, señor, ya voy, no se impaciente! Más me duele a mí, que ahora noto como dos bultos en mi boca y no digo ni pío.
—Que ¿qué ha pasado hace un momento? ¿Ven ustedes? A eso lo llamo yo ir al grano. Pónganse cómodos. Sí, sí, desde este sillón reclinable yo también me siento cómoda. No veo un pimiento, pero estoy bien. ¿Han visto mi cara? Se parece a la máscara del Ecce Homo. Y ¿se han fijado al entrar el buen gusto que tiene mi dentista? Es un amor de persona pero compuesto y sin novia, ya ves, quién lo diría. Dicen las malas lenguas que tiene un buen motivo, una razón muy masculina. En fin, nosotros a lo nuestro. Pues como les iba diciendo… ¡Ya me centro! Ahora mismo estoy haciendo memoria, pero es poco lo que les puedo contar. Sentí un pinchazo, un dolor y un escozor enormes. Más luego los cien kilos… y, no sé dónde narices, ¡Ay, perdón! He estado. Me vi de repente en una habitación muy pequeña, atada y amordazada en una silla. Tenía la extraña sensación de no ser una persona y de que mis órganos tenían vida propia.
—Ahora les noto como más atentos que al principio; si me ofrecen ese café sigo con mi pequeña historia.
—¡Qué alivio! Tenía la garganta seca y cierto regustillo a metálico. Hacen bien en aflojarse las corbatas; sentirán cierta opresión cuando oigan mi viaje. ¡No, no he salido de la consulta! Era yo y no era yo. ¿Cómo puedo explicarles lo que ni yo misma entiendo? ¡Eso mismo intento! Contarlo con mis propias palabras, pero a veces se convierten en imágenes y yo estoy dentro de esas poderosas imágenes y fuera de mi cuerpo a la vez.
—Y eso es todo lo que creo que pasó. ¿Por qué me miran de esa forma? ¿Que no lo entienden, dicen? Pues traten ustedes de explicarlo mejor, ¿podrán? Ya estamos todos igual, a mí también me duele la cabeza, amén de otras cosas que no nombro. ¡Qué raro, oigan!¡La gota es lo único que no me duele! Y ahora, por favor ¿pueden quitarme la chaqueta? Hoy tengo otra cita más y no quisiera perder la vez, mi peluquero nunca se aviene a razones.
—¡Ah, que me llevan ustedes mismos! Pero qué amables son.
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