Querido Pedro
Publicado: Dom, 23 Jun 2019 19:44
Después de mirar el remite varias veces, para asegurarte de que soy yo, te preguntarás a qué se debe esta carta después de mi estampida de hace dos años, el día que me pediste con esa maravillosa sonrisa que me fuese contigo a Cáceres, donde te habían ofrecido un puesto como informático.
La respuesta, a esa pregunta, es "no lo sé" pero hoy, ufff... al volver del trabajo, me he entretenido haciendo unas compras, y cuando iba hacia mi casa, ya de noche a pesar de ser solo las seis, le he recordado. Mejor dicho, su imagen me ha golpeado, y me he tenido que parar para poder respirar. Parecía estar allí, mirándome a los ojos como entonces.
Se llamaba José, y desde aquel día no he hablado de él con nadie; si se le recuerda en voz alta, yo me voy a otra habitación, si aparece alguna foto no la miro, si me encuentro con compañeros o amigos que teníamos en común, procuro evitarlos. Todavía me cuesta y de hecho no sé si seguiré con esta carta, la romperé o quizás la escriba y no la eche al buzón.
Éramos amigos de triciclo, de guardería y más tarde de colegio, de guitarra, de instituto, inseparables. Buenos amigos, de esos de los que se habla con mayúsculas. El hecho de que nuestros padres fuesen juntos de vacaciones facilitaba mucho las cosas, uno de esos veranos en Asturias, en una de sus playas a la sombra de las montañas, me habló de un futuro en común, juntos para siempre.
Todavía recuerdo el día en que llegué a casa, a nuestra casa, y le vi muerto. Todos conocemos el significado de la palabra suicidio, pero yo no podía entenderla. El golpe brutal me dejó con la vida en suspenso y en la mirada la pregunta que todos se hacían, que alguno aún se hace: "¿Por qué"?
No quise ir a su entierro, le borré de mi vida, estaba enfadada con él (todavía lo estoy). No lloré, ni contesté a ninguna de las mil preguntas que me hicieron, "¿sabías algo?", "¿Qué le pasaba?", yo contestaba "¿A quién? José no existía, no había existido. Y no miento si te digo que no he pensado en él ni un solo día desde entonces. Hasta hoy. Ha sido como si en esos años la pena hubiese ido poco a poco acumulándose, y hoy se ha desparramado por mis venas. Le he buscado entre las gotas de lluvia, he llorado, le he maldecido en voz baja y la gente me miraba. Le he echado de menos con tanta fuerza que apenas podía respirar y mucho menos caminar.
Al llegar a casa he buscado esa foto con la guitarra entre nosotros, su brazo alrededor de mi cintura, mi brazo alrededor de la suya y le he preguntado "¿por qué?". Me seguía mirando y he gritado: ¡No sonrías!
Aún no puedo perdonar su silencio. He cogido su guitarra y las gotas saladas se han metido en mi boca.
Ha sido después cuando me he acordado de ti, y he pensado en escribirte esta carta, y darte (aunque tarde) alguna explicación de aquella huida. Sí, porque aunque hace pocas líneas decía que en todos estos años no he pensado en José, creo que inconscientemente ha estado presente en mi vida todos y cada uno de los días que han pasado desde su marcha.
Por eso aquel sábado, cuando me pediste que compartiésemos casa y amor, tuve miedo a que tú también te asustases de la vida, tuve miedo a que me dejases sin explicaciones. Y mira por donde, Pedro, la que defraudó sin dar razones fui yo.
Espero que no te tomes esta carta como una llamada a la compasión, solo quería que supieses que si aquel día me escapé, no fue por falta de amor, sino por falta de confianza.
Poco más, que sé que sigues de informático aquí, en Cáceres, donde acabé viniendo porque estaba escrito en mi destino. Que apenas nos separan unos kilómetros, y que espero que en los próximos días seamos capaces de desandar el pasado y empezar siendo amigos de triciclo, de heridas...
Un abrazo, Ana.
La respuesta, a esa pregunta, es "no lo sé" pero hoy, ufff... al volver del trabajo, me he entretenido haciendo unas compras, y cuando iba hacia mi casa, ya de noche a pesar de ser solo las seis, le he recordado. Mejor dicho, su imagen me ha golpeado, y me he tenido que parar para poder respirar. Parecía estar allí, mirándome a los ojos como entonces.
Se llamaba José, y desde aquel día no he hablado de él con nadie; si se le recuerda en voz alta, yo me voy a otra habitación, si aparece alguna foto no la miro, si me encuentro con compañeros o amigos que teníamos en común, procuro evitarlos. Todavía me cuesta y de hecho no sé si seguiré con esta carta, la romperé o quizás la escriba y no la eche al buzón.
Éramos amigos de triciclo, de guardería y más tarde de colegio, de guitarra, de instituto, inseparables. Buenos amigos, de esos de los que se habla con mayúsculas. El hecho de que nuestros padres fuesen juntos de vacaciones facilitaba mucho las cosas, uno de esos veranos en Asturias, en una de sus playas a la sombra de las montañas, me habló de un futuro en común, juntos para siempre.
Todavía recuerdo el día en que llegué a casa, a nuestra casa, y le vi muerto. Todos conocemos el significado de la palabra suicidio, pero yo no podía entenderla. El golpe brutal me dejó con la vida en suspenso y en la mirada la pregunta que todos se hacían, que alguno aún se hace: "¿Por qué"?
No quise ir a su entierro, le borré de mi vida, estaba enfadada con él (todavía lo estoy). No lloré, ni contesté a ninguna de las mil preguntas que me hicieron, "¿sabías algo?", "¿Qué le pasaba?", yo contestaba "¿A quién? José no existía, no había existido. Y no miento si te digo que no he pensado en él ni un solo día desde entonces. Hasta hoy. Ha sido como si en esos años la pena hubiese ido poco a poco acumulándose, y hoy se ha desparramado por mis venas. Le he buscado entre las gotas de lluvia, he llorado, le he maldecido en voz baja y la gente me miraba. Le he echado de menos con tanta fuerza que apenas podía respirar y mucho menos caminar.
Al llegar a casa he buscado esa foto con la guitarra entre nosotros, su brazo alrededor de mi cintura, mi brazo alrededor de la suya y le he preguntado "¿por qué?". Me seguía mirando y he gritado: ¡No sonrías!
Aún no puedo perdonar su silencio. He cogido su guitarra y las gotas saladas se han metido en mi boca.
Ha sido después cuando me he acordado de ti, y he pensado en escribirte esta carta, y darte (aunque tarde) alguna explicación de aquella huida. Sí, porque aunque hace pocas líneas decía que en todos estos años no he pensado en José, creo que inconscientemente ha estado presente en mi vida todos y cada uno de los días que han pasado desde su marcha.
Por eso aquel sábado, cuando me pediste que compartiésemos casa y amor, tuve miedo a que tú también te asustases de la vida, tuve miedo a que me dejases sin explicaciones. Y mira por donde, Pedro, la que defraudó sin dar razones fui yo.
Espero que no te tomes esta carta como una llamada a la compasión, solo quería que supieses que si aquel día me escapé, no fue por falta de amor, sino por falta de confianza.
Poco más, que sé que sigues de informático aquí, en Cáceres, donde acabé viniendo porque estaba escrito en mi destino. Que apenas nos separan unos kilómetros, y que espero que en los próximos días seamos capaces de desandar el pasado y empezar siendo amigos de triciclo, de heridas...
Un abrazo, Ana.