"Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Ramón Carballal
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"Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

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CAPÍTULO TRECE

Ha transcurrido un mes sin novedades. Treinta días en los que las agujas del reloj giraron en la dirección correcta. He agradecido la discreción de mis amigos al eludir los temas delicados que me rodean. He tratado de ordenar las ideas como haría cualquiera que obrara con sensatez. He sobrevolado los límites de mi edad para verme con los ojos de la madurez. Eso he hecho, diciéndome a mí mismo que nada de lo que pueda ocurrir escapara a los designios de la razón; y la razón esta poniendo las vías por las que va a transitar la verdad, con su desnuda tozudez, vindicando mi posición dentro del orden prescrito, en donde hago número, por mi vocación de soldado raso que me permite pasar de puntillas entre los dedos opresores que apuntan tiesos a los protagonistas de la historia, la grande y la más modesta, sea la que figura en los libros o la que dibujan las noches de velas encendidas y paisajes costumbristas. He llegado al convencimiento de que no estoy hecho para ser pieza renombrada, sino peón que forma columna, una más de las columnas de un ejército de sombras, mito de la caverna, voluntariamente ciego, pese a no ser el que mira sino el que se desplaza a través de las paredes iluminadas por las fogatas indiscretas. No es mi aspiración elevarme por encima del mundo sensible sino refugiarme en él, esconderme, para pasar como en suspenso sobre los dardos que acechan, y no ser herido, ni nombrado, ni calumniado. Para ello no es necesario acostarse y recogerse en el silencio absoluto, y una vez embozado empezar a oír el cuchicheo de voces que atosigan .Basta con despertarse y levantarse, y salir a la calle para rozarse con la gente, e imaginar por un instante cualquier escena entre redes: Luis-Julia-Matías, Matías-Elena, Julia-Luis, Matías-julia, Matías-julia-Elena(bueno, esta no)y suponer que en algún clarividente pasaje de esas conversaciones pueda surgir mi nombre: entre vaguedades o soliloquios neuróticos que de vez en cuando dejan su aroma prendido. Si analizara las veinticuatro horas o los mil cuatrocientos cuarenta minutos que tiene el día, esos pensamientos ajenos no estarían presentes ni en su milésima parte, en cambio esa paz, ese remanso de aguas estancadas que llena el rítmico caminar de los segundos, me permite acudir a la cita del existir con la certeza de aprovechar las verdaderas enseñanzas, aquellas que se derraman sobre la generosidad del lienzo blanco de purísima virginidad que cada uno tiene el privilegio de ir ensuciando. Amigos, la virginidad no es solo un concepto: para unos la prueba del amor eterno, para otros la prueba de la estupidez extrema. Es un componente más del organismo humano, un anticuerpo contra las agresiones externas, que nos lava la memoria y la deja vacía para que podamos llenarla de nuevo. Con ese espíritu liviano me enfrenté a una mañana luminosa que adelantaba el verano, embebí el aire frío, como un elixir, y mis pulmones hincharon sus alvéolos de regocijo. Recorrí la ciudad como si llevara una rosa de los vientos oculta entre las ropas, anduve de este a oeste, de norte a sur, pisando las señales que los peregrinos dejan como semillas de esperanza, con la velocidad de un rayo anunciador, sin conciencia de sus límites. Corrí con la alegría a flor de piel, con ganas de abrazar a todos los que conmigo se cruzaban, reía como un loco, con la boca abierta, para que el sol calentara mi saliva, que, como cada átomo de lo que estaba hecho, pugnaba por disgregarse en el cosmos más cercano. Soñé, por un momento, que vivía en el seno de las leyendas de la antigua Grecia, sufriendo, como mortal, el azote de los elementos con que los dioses demostraban su condición. Soñé en vano. ¿Qué era yo? ¡Qué demonios creía que era! Estaba harto de intentar ser lo que no podía ser. Cuando estudiaba en el colegio, uno de los curas hombre abierto, pedagogo de altura, filosofo aficionado, decía que “uno tiene que aprender a aceptarse, es la única forma de ser feliz”. Tenía razón, no todos pueden nadar en un océano, algunos tenemos que conformarnos con una charca. Pero eso no está reñido con admitir que si queremos nadar solo lo podemos hacer en una charca. ¿Sería más sensato negarse a nadar? De momento nadaba como un pez en la pecera, así de satisfecho, tal vez, porque nadie me había dicho que aquello era una pecera.



CAPÍTULO CATORCE

Carmen vino a avisarme de que me llamaban por teléfono.
-Diga-pregunté.
-¿Sebastián?
-Sí, qué hay Fátima.
-Mira, te llamaba porque me ha llegado una comunicación del Juzgado referente a tu asunto. Nos dicen que han aparecido dos testigos. Tienes que presentarte el lunes para una rueda de reconocimiento.
-Vaya, parece que las cosas se complican.
-No te preocupes, si no tienes nada que ver con esto será un mero trámite. Además, puede servir para descartarte y con un poco de suerte archivaran diligencias.
-Bien, si no hay más remedio habrá que pasar el mal trago. ¿Cómo hacemos?
-Podemos quedar delante de los Juzgados. Tenemos que estar a las doce, así que nos podemos ver un cuarto de hora antes en la puerta principal. Procura que tu aspecto sea lo más normal posible, ya me entiendes.
-De acuerdo. Hasta entonces.
Carmen, que me había oído, me preguntó:
-¿Ocurre algo malo?
-No, no es nada importante-le contesté.
De la cocina llegaba un olor a conejo asado, la comida estaba preparada para ser servida.
-¿Quieres comer con nosotros?
-No, Carmen, gracias.
Me encerré de nuevo en mi habitación. Necesitaba una ducha para relajarme. Me quité la ropa y manipulé los mandos hasta que el agua estuvo a la temperatura adecuada. Me coloqué debajo del surtidor y el chorro caliente empezó a correr por mi cuerpo. El agua caía con fuerza y me parecía que golpeara directamente, sin mediación alguna, en el interior del cráneo. Estuve diez minutos bajo el surtidor, pensando en cómo era posible que hubiera testigos. Sin duda se trataba de una confusión y no debía temer nada. ¡Qué cantidad de molestias innecesarias! En fin, no quería obsesionarme con ello, lo mejor sería que fuera a la biblioteca a estudiar un poco y luego ya veríamos. Me vestí y fui a buscar los libros. Las tapas del Castán , al ser tan débiles como las páginas interiores, estaban medio rotas, al final, a medida que el uso se iba incrementando, acababan por desgajarse. El que cogí era el tomo cuatro, derechos reales: la posesión, la propiedad, el usufructo y otros. ¡Qué ironía! yo que hacia cálculos para repartir el poco dinero del que disponía para las necesidades y el ocio, tenia que estudiar el sacrosanto derecho de propiedad, eso si, con sus límites marcados por el interés público y los derechos de los demás propietarios. ¿Y si los derechos del gran señor feudal o los más probables de cualquier minifundista de bastón armado chocaban con el mío a respirar el aire que sobrevolaba su terruño? ¿Me echaría a los perros o me enviaría una manada de vacas en estampida para que aprendiera lo que era bueno? ¿Acabaría mis días cubierto hasta arriba por un monte de papeles que repetían en grandes letras la misma palabra: interdicto? Salí a recibir un día lluvioso, o más bien él me recibió a mí con luz apagada de tormenta inmediata. No tardó mucho en iniciarse, con aparato sonoro y lumínico, diálogo de truenos y relámpagos. El aguacero provocó una enorme riada que hacia borbotear las alcantarillas, el aire se refrescó y los semáforos se fundieron, a la par que se formaba un caos circulatorio. Eran las consecuencias típicas de una tormenta, lo más parecido a un asomo de Apocalipsis local. Disfrutaba, en ocasiones, viéndolas dibujarse en el cielo desde el refugio de mi ventana. Descorría las cortinas y con la cara próxima al cristal observaba el maravilloso espectáculo de la naturaleza desatada, los rayos semejaban arterias encendidas proyectadas desde los ojos de un dios colérico, los truenos eran rugidos de furia con que el alma divina hacia notar su descontento con los hombres, pero una vez más, el perdón acababa por llegar cuando las nubes se abrían como una fruta madura que ha desparramado su sustancia. Lo que ocurría es que, ahora mismo, mi situación no era tan poética, porque en lugar de estar arriba, protegido, estaba abajo, desprotegido. Dudé, si esperar bajo la oportuna cúpula de un comercio, o aventurarme hasta la biblioteca que me ofrecía cobijo cultural y metafísico. La tenia a trescientos metros y entre el me decido- no me decido, la tormenta dio una tregua. La marea de gente que se puso en movimiento me arrastró a las mismas puertas de mi objetivo. Acompañado del sacudir de paraguas y el restregar de zapatos en los felpudos, penetré hacia el corazón de la sala. Vano intento. A las cinco de la tarde de un martes extraordinariamente desapacible, no se podía esperar un maldito sitio libre. Me fastidiaba no poder cumplir con la rutina. En efecto, tenia los días marcados y era inflexible, cada hora recibía su justa ración de compromiso: levantarse cumplida ya la mañana, clases, comida, descanso, estudio hasta las ocho y de ahí en adelante vía libre; es decir, la rutina terminaba a las ocho en punto de la noche(invierno). Después, la monotonía solía perder su trono en beneficio de lo imprevisible. Lo imprevisible no era visitar lugares diferentes a los de cualquier otra noche, lo era la sinuosa relación humana por la que transitaba, con ello me refiero a que a medida que la noche avanzaba o, con frecuencia, desde el mismo juntarse los que siempre quedábamos, esto es Elena, Matías, Luis, Julia y yo, se empezaban a sumar los que no contaban inicialmente. Por ejemplo, a veces nos acompañaba Santi, un amigo de Matías, al que éste utilizaba porque nos proporcionaba chocolate cuando queríamos colocarnos un poco. Era un tipo de talla escasa, nariz aguileña, cabello engominado y bigote años cuarenta. Se reía con facilidad y les entraba a todas las tías como un semental de borrico. También estaban Mario y Susana, conocidos de Luis. No vivían en Santiago. Se presentaban todos los jueves. Las veleidades literarias de Mario surgían indefectiblemente cuando el alcohol y el avance de la madrugada habían dejado su huella, entonces hablaba de su novela por terminar y de sus fuentes de inspiración, entre las cuales ocupaba un lugar de honor Borges, ante el que imitaba, como si lo tuviera delante, un ademán de pleitesía. Susana era más discreta, posiblemente venia a divertirse, sin más. Era una chica muy guapa, con unos enormes ojos verdes que miraban con naturalidad. Solía desmarcarse de Mario cuando este se ponía trascendente. Y contaba historias, lo que hacia dudar de quién realmente escribía el libro. Recuerdo en especial una que mencionó: era sobre un anciano que habitaba en el mismo edificio que sus padres. El anciano vivía solo aunque tenía familia: una hija que residía en otra localidad y un hermano con el que no se relacionaba. El caso es que el anciano falleció y nadie se enteró hasta pasados tres meses. Los vecinos se preguntaban entre sí por él, y dieron por hecho que se había ausentado por un período prolongado. Alguien dijo que estaba cuidando a una enferma-era muy religioso y ayudaba frecuentemente al párroco en el cuidado de los feligreses más necesitados-, otro dijo que estaba visitando a su hija. El presidente de la comunidad aseguró que no había sospechado nada: pagaba los recibos puntualmente. En el Banco, informaron que tenía domiciliado el pago de las cuotas y que el saldo de su cuenta era lo suficientemente holgado como para estar dos años pagando sin problemas. El hombre ocupaba el último piso del edificio, el cual disponía de una terraza. Quiso la casualidad que la vecina que tenia debajo observara ciertas humedades en el techo, que atribuyó al mal estado de la terraza. Se hacia necesario hablar con el anciano para solucionarlo. El presidente, en el correcto ejercicio de sus funciones, estuvo llamando durante varios días sin que nadie contestara. Convencido de que la vivienda se hallaba deshabitada no tuvo más remedio que contactar con los familiares, dado que las humedades iban en aumento. Por la guía de teléfonos localizó al hermano, le llamó y este le dijo que no sabia nada de él, sacaron la conclusión de que o estaba con la hija o estaba haciendo de buen samaritano. Lo intentaron primero con el párroco, éste les comento que estaba preocupado porque hacia mucho tiempo que no le veía y según decía, era hombre de misa diaria. Quedaba la hija: tampoco había tenido noticia de él desde que le llamó para felicitarle por su cumpleaños-seis meses atrás-. En vista de la situación decidieron hablar de nuevo con el hermano para pedirle autorización de entrada en el piso por medio de un cerrajero. Les fue concedida. Lo que encontraron el presidente y el cerrajero es fácil de imaginar: un cuerpo en descomposición y un olor fétido inaguantable.
Luego, estaban los amigos de los amigos, que aparecían y desaparecían sin que nadie se preocupara por ellos. Pero ese era territorio nocturno y ahora la tarde exigía reposo y estabilidad de costumbres, pidiendo réditos a mi conciencia. Ésta me mandó a la cafetería, el segundo cubil de estudio. Quizá se pudiera pensar: ¿para que complicarse tanto la vida cuando uno tiene su propia habitación, con su mesa y su silla y el resto de accesorios necesarios para hacer los deberes? Cierto. Solo existía un motivo tolerable para no hacerlo: hay quién estudia por devoción y quién lo hace por necesidad. Quien se encuentra en esta última situación, como me ocurre a mí, necesita incentivarse con los que parecen devotos, aunque no lo sean. Es como estar en un partido de fútbol en el que el estadio al unísono grita gol, seguramente te ves impulsado a gritar lo mismo, contagiado por el fervor popular, y eso, aunque te importe un pito cual de los equipos venza. Yo, solamente era practicante (aficionado), pero tenia que ascender de categoría (necesidad), por lo que debía ganar partidos (exámenes). En esa ecuación la única equis por resolver estaba en conseguir el medio idóneo, el que a cada cual le sirviera, para que los resultados fueran positivos. El mío era integrarme en un coro de memoristas, no ser voz solista que se inspira en la soledad de una cabina para recitar en soliloquio los artículos asépticos de un Código. En el recogimiento bibliotecario es necesario levantar la vista de vez en cuando de los textos, de los apuntes garabateados o de lo que sea, para darse una tregua y solazarse en un silencio cuajado de cuerpos que no dialogan. Estamos cincuenta, cien almas, entregadas a sus quehaceres, sin comunicarnos, haciendo como que somos los únicos habitantes de una isla. Interpretación errónea, pues en esta micronesia de solipsismos los acordes de una sinfonía los componemos entre todos. Son los engranajes de los cerebros, registrando letras y signos, los que dialogan, para así poder demostrar, cuando se nos requiera, el talento que atesoramos, repitiendo con la máxima fidelidad las frases por su orden exacto, en el apartado requerido, para que el examinador reconozca las claves que espera y dé el visto bueno, como quién pone membrete al correo. Con ese acompañamiento, desemboqué en la cafetería universitaria, lugar de transito. Acababan de dar las seis de la tarde.
Las mesas eran amplias, los asientos cómodos, el sol del atardecer ya se despedía en una esquina. Me senté y desplegué lo que quedaba del libro de texto. Tiré de las gomas de la carpeta de cartón azul, que se me deshizo en las manos. Saqué lo apuntes y comencé la tarea del repaso y la consulta. Tras media hora, el café se enfrío. Alguien me dirigió la palabra:

-Sebas, ¿eres tú?
La miré.
-Que hay, Raquel.
-No nos vemos en ninguna parte y nos tenemos que encontrar aquí.
Raquel era mi prima, daba clases en la Facultad de matemáticas como profesora adjunta.
-¿Puedo sentarme?
-Por supuesto. Estaba estudiando un poco.
-Ya lo veo. ¿Qué tal te va? Tu madre me ha dicho que vas sacando los cursos.
-Si, hay asignaturas más difíciles, pero sigo adelante.
Tres alumnos nos rodearon:
-Raquel, por favor, nos puedes cambiar la fecha de examen.
-No sois nada serios- dijo mi prima.
-Anda, sé buena que estamos todos de acuerdo-uno de ellos juntó las manos como si estuviera ante la Virgen de los milagros.
-Muy bien-Raquel se dio rápidamente por vencida- Será pasado mañana y sin más cambios, eh!
Raquel me dijo:
-Tengo quince alumnos y se toman muchas confianzas, la verdad es que no se lo podía negar, estuve de baja quince días y me fueron a visitar al hospital con un ramo de flores.

Yo estaba sorprendido, en mi facultad se me hacia inimaginable ese trato entre profesor y alumno.
-Sebas, tengo prisa,¿ por qué no vienes a comer a casa el miércoles?
-Vale- le dije.
-A las tres.
-A las tres.
Raquel terminó rápidamente una tapa de tortilla. Volví a quedarme solo y me entró sopor. Releí los apuntes, que antes tenía que ir descifrando, pues eran prestados. Era un esfuerzo doble que me ponía de mal humor. El reloj de pared marcaba las siete de la tarde. El sol había dado un último beso a la pared de enfrente, pronto se encenderían las luces del campus, puntitos de luz estratégicamente colocados harían de piedras de pulgarcito para que pudiéramos regresar a casa. La cafetería empezó a vaciarse, un camarero barría. Me fijé en él, se movía dentro de un círculo, realizaba calculados desplazamientos a derecha e izquierda, acumulando montoncitos de papeles, colillas y restos varios. Era un profesional que dominaba su trabajo, era una enorme termita que se aproximaba, armado por una tenaza con forma de escoba, oía el cric-cric del roce con el suelo, canturreaba una canción de los cuarenta principales mientras iba llenando su estomago-recogedor, estaba muy cerca y lo que escuchaba ahora era el fragor de sus jugos gástricos, no entendía cómo nadie más parecía escucharlo, por fin se acercó tanto que se dio cuenta de mi presencia y masculló un perdona, antes de desviarse. Sentí tal alivio que me puse a reír. Había estado a punto de ser triturado por el joker-Arturo que sacudía la escoba como si ésta fuera Excalibur en horas de trabajo.
Última edición por Ramón Carballal el Dom, 20 Feb 2022 18:25, editado 2 veces en total.
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

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Las emociones tan jóvenes, tan tironeadas por el furor de la piel, del tiempo blando, del raro producto de la mente aprendiz. El texto ha resultado muy claro y bien llevado. Ramón.


Sigo con los próximos capítulos. Gracias siempre por traer tan buenas cosas a este foro.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

Mensaje sin leer por Ramón Carballal »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Las emociones tan jóvenes, tan tironeadas por el furor de la piel, del tiempo blando, del raro producto de la mente aprendiz. El texto ha resultado muy claro y bien llevado. Ramón.


Sigo con los próximos capítulos. Gracias siempre por traer tan buenas cosas a este foro.
Muchas gracias, Hallie, por tu paciencia y constancia. Un fuerte abrazo.
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

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De nuevo, gracias, Hallie, por acompañarme en este intento mío. Abrazos.
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

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Eres mejor poeta que prosista Ramón. Esto no evita que observe un estilo y una personalidad propia en tu novela, inténtalo con más subjubtivo y bizantinisno.
***
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.
(Playa de la Almadraba - Fragmento)
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

Mensaje sin leer por Ramón Carballal »

F. Enrique escribió: Vie, 18 Feb 2022 11:02 Eres mejor poeta que prosista Ramón. Esto no evita que observe un estilo y una personalidad propia en tu novela, inténtalo con más subjubtivo y bizantinisno.
Probablemente no sea bueno ni en una cosa ni en la otra. La verdad es que no me va ni lo bizantino ni lo subjuntivo. Gracias por la sincera opinión.
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

Mensaje sin leer por Ana García »

En los capítulos que voy leyendo quiero destacar la buena presentación que haces de los personajes y la exposición de la trama. Es una buena base para un libro con un gran recorrido vital. Las anécdotas son muy amenas.
A destacar, también, el buen vocabulario del que haces uso. Enorme y eso es de agradecer.
No puedes decir que no eres bueno, porque lo eres. No es justo para tu prosa.
Sigo diciendo lo que te comenté en otro post. Hay momentos en que la lectura se hace densa y creo que es por la estructura o el formato que empleas: pocos puntos y aparte para poder respirar y fallos en el uso de los guiones.
Sigue escribiendo, me gusta leerte.
Un abrazo.
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

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Ana García escribió: Dom, 20 Feb 2022 13:00 En los capítulos que voy leyendo quiero destacar la buena presentación que haces de los personajes y la exposición de la trama. Es una buena base para un libro con un gran recorrido vital. Las anécdotas son muy amenas.
A destacar, también, el buen vocabulario del que haces uso. Enorme y eso es de agradecer.
No puedes decir que no eres bueno, porque lo eres. No es justo para tu prosa.
Sigo diciendo lo que te comenté en otro post. Hay momentos en que la lectura se hace densa y creo que es por la estructura o el formato que empleas: pocos puntos y aparte para poder respirar y fallos en el uso de los guiones.
Sigue escribiendo, me gusta leerte.
Un abrazo.
Agradezco y valoro tu comentario. Esto no es ninguna publicación final, lo que sugieres sería algo a tener en cuenta. Lo de los guiones, no sé si te refieres a su utilización en los diálogos, simplemente los puse para resaltarlos. Un abrazo, Ana.
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Ana García
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

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Ramón Carballal escribió: Dom, 20 Feb 2022 22:01
Ana García escribió: Dom, 20 Feb 2022 13:00 En los capítulos que voy leyendo quiero destacar la buena presentación que haces de los personajes y la exposición de la trama. Es una buena base para un libro con un gran recorrido vital. Las anécdotas son muy amenas.
A destacar, también, el buen vocabulario del que haces uso. Enorme y eso es de agradecer.
No puedes decir que no eres bueno, porque lo eres. No es justo para tu prosa.
Sigo diciendo lo que te comenté en otro post. Hay momentos en que la lectura se hace densa y creo que es por la estructura o el formato que empleas: pocos puntos y aparte para poder respirar y fallos en el uso de los guiones.
Sigue escribiendo, me gusta leerte.
Un abrazo.
Agradezco y valoro tu comentario. Esto no es ninguna publicación final, lo que sugieres sería algo a tener en cuenta. Lo de los guiones, no sé si te refieres a su utilización en los diálogos, simplemente los puse para resaltarlos. Un abrazo, Ana.
Sí, me refería a los diálogos. Si te parece oportuno aquí te dejo un pequeño resumen que ayuda mucho a la hora de escribir diálogos. Creo que en ellos se usa la raya o guion largo. En el pc lo consigues pulsando alt + 0151. :



1) Señala cada una de las intervenciones de un diálogo sin mencionar el nombre de la persona o personaje al que corresponde. En este caso, se escribe una raya delante de las palabras que constituyen la intervención:

—¿Qué hiciste hoy?
— Nada en especial. Sólo ver la tele.

2) Introduce o encierra los comentarios o precisiones del narrador a las intervenciones de los personajes.

a) Se coloca una sola raya delante del comentario del narrador, sin necesidad de cerrarlo con otra, cuando las palabras del personaje no continúan después del comentario:

— Espero que todo salga bien —dijo Alicia con tono ilusionado.

b) se escriben dos rayas, una de apertura y otra de cierre, cuando las palabras del narrador interrumpen la intervención del personaje y ésta continúa inmediatamente después:

— Lo principal es sentirse viva —añadió Raquel—. Afortunada o desafortunada, pero viva.

c) si fuese necesario poner detrás de la intervención del narrador un signo de puntuación, una coma o un punto, por ejemplo, se colocará después de sus palabras y tras la raya de cierre (si la hubiere):

—¿Deberíamos hablar con él? —preguntó Juan—. Es el único que no lo sabe.
—Sí —respondió la secretaria—, pero no podemos decirle toda la verdad.

d) cuando el comentario del narrador no se introduce con un verbo de habla (decir, exclamar, responder, contestar, murmurar, susurrar, etc.), las palabras del personaje deben cerrarse con punto y el inciso del narrador debe iniciarse con mayúscula:

–No se moleste. –Cerró la puerta y salió de mala gana.

Si tras el comentario, el narrador continúa el parlamento del personaje, el punto que marca el fin del inciso narrativo se coloca tras la raya de cierre:


–¿Puedo irme ya? –Se puso de pie con gesto decidido–. No hace falta que me acompañe. Conozco el camino.

e) si el signo de puntuación que corresponde colocar tras el inciso del narrador son los dos puntos, éstos se colocan también tras la raya de cierre:

–Anoche estuve en una fiesta –me confesó y añadió–: Conocí a personas muy interesantes.



Hay más ejemplos en la R.A.E., pero creo que con estos es más que suficiente para no enredarse. Espero que te sean de ayuda. A mí sí que me sirven.
Un abrazo.
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Ramón Carballal
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Re: "Un joven cualquiera"( Primera parte cap. 13 y 14)

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Ana García escribió: Dom, 20 Feb 2022 22:23
Ramón Carballal escribió: Dom, 20 Feb 2022 22:01
Ana García escribió: Dom, 20 Feb 2022 13:00 En los capítulos que voy leyendo quiero destacar la buena presentación que haces de los personajes y la exposición de la trama. Es una buena base para un libro con un gran recorrido vital. Las anécdotas son muy amenas.
A destacar, también, el buen vocabulario del que haces uso. Enorme y eso es de agradecer.
No puedes decir que no eres bueno, porque lo eres. No es justo para tu prosa.
Sigo diciendo lo que te comenté en otro post. Hay momentos en que la lectura se hace densa y creo que es por la estructura o el formato que empleas: pocos puntos y aparte para poder respirar y fallos en el uso de los guiones.
Sigue escribiendo, me gusta leerte.
Un abrazo.
Agradezco y valoro tu comentario. Esto no es ninguna publicación final, lo que sugieres sería algo a tener en cuenta. Lo de los guiones, no sé si te refieres a su utilización en los diálogos, simplemente los puse para resaltarlos. Un abrazo, Ana.
Sí, me refería a los diálogos. Si te parece oportuno aquí te dejo un pequeño resumen que ayuda mucho a la hora de escribir diálogos. Creo que en ellos se usa la raya o guion largo. En el pc lo consigues pulsando alt + 0151. :



1) Señala cada una de las intervenciones de un diálogo sin mencionar el nombre de la persona o personaje al que corresponde. En este caso, se escribe una raya delante de las palabras que constituyen la intervención:

—¿Qué hiciste hoy?
— Nada en especial. Sólo ver la tele.

2) Introduce o encierra los comentarios o precisiones del narrador a las intervenciones de los personajes.

a) Se coloca una sola raya delante del comentario del narrador, sin necesidad de cerrarlo con otra, cuando las palabras del personaje no continúan después del comentario:

— Espero que todo salga bien —dijo Alicia con tono ilusionado.

b) se escriben dos rayas, una de apertura y otra de cierre, cuando las palabras del narrador interrumpen la intervención del personaje y ésta continúa inmediatamente después:

— Lo principal es sentirse viva —añadió Raquel—. Afortunada o desafortunada, pero viva.

c) si fuese necesario poner detrás de la intervención del narrador un signo de puntuación, una coma o un punto, por ejemplo, se colocará después de sus palabras y tras la raya de cierre (si la hubiere):

—¿Deberíamos hablar con él? —preguntó Juan—. Es el único que no lo sabe.
—Sí —respondió la secretaria—, pero no podemos decirle toda la verdad.

d) cuando el comentario del narrador no se introduce con un verbo de habla (decir, exclamar, responder, contestar, murmurar, susurrar, etc.), las palabras del personaje deben cerrarse con punto y el inciso del narrador debe iniciarse con mayúscula:

–No se moleste. –Cerró la puerta y salió de mala gana.

Si tras el comentario, el narrador continúa el parlamento del personaje, el punto que marca el fin del inciso narrativo se coloca tras la raya de cierre:


–¿Puedo irme ya? –Se puso de pie con gesto decidido–. No hace falta que me acompañe. Conozco el camino.

e) si el signo de puntuación que corresponde colocar tras el inciso del narrador son los dos puntos, éstos se colocan también tras la raya de cierre:

–Anoche estuve en una fiesta –me confesó y añadió–: Conocí a personas muy interesantes.



Hay más ejemplos en la R.A.E., pero creo que con estos es más que suficiente para no enredarse. Espero que te sean de ayuda. A mí sí que me sirven.
Un abrazo.
Gracias, Ana. Son de gran ayuda estas apreciaciones que me haces. En cuanto pueda y tenga tiempo trataré de aplicarlas. Un abrazo.
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"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".

"Comprender es unificar lo invisible".

"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".
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