La cabaña de Juan

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

Guillermo Cumar.
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La cabaña de Juan

Mensaje sin leer por Guillermo Cumar. »

Aparece de repente entre el contraste de la escasa luz rojiza del ocaso. Apenas sobresale su reducido cuerpecillo entre la pálida hierba y las retorcidas zarzas del sendero, alfombrado de amarillentas hojas desprendidas de los estirados chopos por su propio peso o por el viento.

La redondez de su cabeza ondula el perfil de la montaña en lontananza. Lentamente se van alargando las sombras de las cumbres cercanas y su imagen inmóvil se desvanece, al mismo tiempo que su mirada se clava en las blancas paredes de la vieja casa, que aún devuelve un tenue resplandor.
Los ojos perdidos de Juan penetran en la oscuridad de la noche, cuyo silencio apenas rasga el leve murmullo del aire y los espaciados aullidos de lobo en la no lejana espesura. Se adentra en casa ensimismado y, como autómata, cierra la puerta, y se lava en el portal al olor del puchero de la cena que transciende desde la amplia cocina.

Matilde hace punto, al mismo tiempo que resumen las noticias en la tele. A la cabeza de Juan fluyen alborotados los recuerdos. Ella se da cuenta ( treinta años de sonrisas y lágrimas compartidas). Le contempla y se entristece sin decir nada. Calla, pero grita su silencio y así permite que él recite su monólogo (siempre el mismo) una o dos veces en semana durante los últimos años: “no vienen, qué hicimos mal, cómo estarán...; si al memos se acordaran de que estamos aquí..., que seguimos pensando en ellos..., que los seguimos queriendo”...

La mira y le cuenta que ha visto un niño que representa más o menos la edad de su nieto , que estaba contemplando la casa, que se ha ido luego con una persona mayor por el sendero paralelo al riachuelo. Le comenta que pueden ser gitanos y que, por la dirección que habían tomado, quizá ocupen la cabaña... Matilde hace punto y calla. Juan la mira y calla. Resumen en silencio su pasado: Se amontonan en sus mentes sus infancias, sus padres, sus hermanos, sus juegos y aventuras, sus...


El pueblo es pequeño, se llama Brenzo desde mucho antes que a su abuelo, a su padre y a él mismo los llamaran Juancho. Hace cuarenta años a Brenzo lo alegraban y callejeaban unos cien chavales de entre seis y trece años. La mayoría iban con normalidad a la escuela, dividida en cuatro clases, según edad. En ocasiones tenían que cambiar la asistencia a clase por ayudar en faenas urgentes en el campo. El pueblo era al cien por ciento agrícola y ganadero, cosa que no ha cambiado, aunque sí se han reducido enormemente las explotaciones, igual que la población, ya que de 89 familias y 410 habitantes que había en 1960 quedan en la actualidad 19 y 54 respectivamente, con el agravante de que solamente hay 12 chavales, que ocupan una pequeña parte de un aula de las antiguas escuelas.
La familia de Matilde también vivió siempre en el pueblo. Juan y Matilde hicieron buenas migas desde pequeños, hasta que esa amistad fue cuajando en algo más serio y profundo. Eso comenzó con diecisiete años él y quince ella, aunque no se casaron hasta siete años más tarde.

De la relación nació Esther, a la que no pudieron dar ningún hermano por los problemas de embarazo y parto, pues, a consecuencia de esa circunstancia, no sólo quedó vacía Matilde sino que a punto estuvo de dejarlo sólo con la niña. Poco a poco se fue recuperando tanto física como anímicamente, aunque nunca se desprendió de su faz cierto reflejo de resignación. Así transcurrieron dieciséis años y la ley de los tiempos llevaba a los estudiantes a continuar su formación en Instituto, que en el pueblo, por supuesto, no había. Los trasladaban en autobús a Herrera, distante 24 kilómetros.

Esther era buena estudiante, aunque no se esforzaba demasiado. Sacaba unas notas decentes, siempre por encima de la media. Pensaba hacerse veterinaria (en el pueblo se había erigido como amiga y protectora de los animales).

Sin embargo las cosas se torcieron “para desgracia de ella y nuestra”, - aseguraba Juan, cuando hablaba del tema. Matilde asentía siempre con un movimiento de cabeza. Conoció en Herrera a un muchacho que la enamoriscó y embobó de tal forma que, para poder ir a vivir juntos, provocaron el embarazo. Sergio le sacaba ocho años, y ya estaba de vuelta de muchas cosas. A pesar de sus consejos, acompañados un día y otro por un sinfín de razonamientos, no lograron que desestimara el matrimonio y viviera el embarazo en el pueblo, y más tarde pudiera continuar los estudios, pues ellos se harían cargo de la criatura en los horarios que ella no pudiera. Desistieron al poco tiempo, pues la relación con su hija podía ponerse demasiado tensa y romperse del todo.

- Eso no querríamos provocarlo por nada de este mundo –alegaban al unísono.

Así que se casaron y se fueron a vivir a Herrera, donde Sergio disponía de un piso que le habían comprado sus padres.

Al principio menudeaban sus visitas, lo que les daba cierta satisfacción, pues la veían feliz. Sin embargo, nada más nacer Rubén, las visitas se espaciaban y lo asiduo se convirtió en ocasional, lo que fue mutando el rostro de Esther y resaltando las arrugas de Juan y Matilde. Como estaban perdiendo lo único que les interesaba, decidieron hablar con Ramón, hijo de su vecino Bernardo, que desde hacía tres años ejercía de poli Municipal en Herrera.

Una ráfaga de luz alumbra levemente las paredes de piedra y adobe de la cabaña. El sol de la mañana choca contra el tejado de teja roja y penetra raudo por la puerta entreabierta. Huele a leña quemada en antiguas hogueras, cuyo humo, a duras penas, había podido salir por el pequeño hueco de un adobe involuntariamente desprendido al borde del alar, que hacía la labor de chimenea.

En el centro de la pared que mira al este una angosta ventana permite traspasar un leve rayo de luz al interior, a través de un semitransparente cristal y una semitabla cubriendo hueco en la mitad superior, y podrida por los muchos años de intemperie. Con un leve empujón la puerta había cedido, la anilla que la aseguraba al quicio ahora cuelga del candado, la humedad había podrido la madera. La ráfaga de luz que irrumpe permite resaltar entre los viejos aperos un bulto informe gris oscuro, que se había removido al chirriar la puerta.
De entre los pliegues de la manta surge una cabeza despeinada, en la que resaltan dos escudriñantes ojos negros redondos, petrificados en los de Juán, como si los de este fueran de serpiente, y ni un resuello de su boca. Sigue bajo la manta el otro bulto más pequeño. Poco a poco va emergiendo otra cabeza con idénticos ojos negros redondos.

Juan se había percatado de la ausencia de malicia de aquellas necesitados muchachos; de igual manera los pequeños habían detectado compasión en la tierna mirada de Juan, y se irguieron y, acercándose a él a paso lento, iban despabilando su adormilado ademán.

De camino a casa, la muchacha le habla de su hambre, de la muerte de sus padres, (vendedores ambulantes) en un macabro accidente, cayendo por un terraplén de 40 metros. Le hablan del frío, del calor. De su pena, de su soledad. De no saber ni tener a dónde ir.

Juan camina ensimismado y lento, como dando tiempo a asimilar alguna importante decisión.

Bulle en su cabeza la idea de que han perdido a su hija y a su nieto, que están muy solos, que qué hicieron mal, que quién les puede enviar ese castigo, que....

Recuerda el triste día que le confirmaron las andanzas de su yerno entre el juego y las mujeres. Y aquel último día que pudo ver a su hija y nieto, cuando aparecieron los tres por la casa en solicitud de dinero (para cambio de coche, decía Sergio); dinero que les habría dado de no haber dispuesto de la información referida..

Al lado de la puerta, inquieta, esperaba Matilde. Su mirada, entre triste y disentida, se centraba en el pequeño, que abría los ojos como platos. La chiquilla agarraba fuertemente a su hermano de la mano, no quería que nadie se lo arrebatara . Juan y Matilde cruzan sus miradas y se les cae una entrañable sonrisa. Ambos reviven con el deseo de una larga y jovial compañía.

Es sábado, Shofie y Rencic relucen con su ropa nueva. En sus risueños y limpios rostros resaltan aún más los ojos aún más negros, aún más grandes. De pronto aparece un vehículo por el estrecho camino hacia la casa, es un taxi. Del coche se apean Esther y Rubén, con sus maletas. Las tres generaciones se funden en un fuerte abrazo, al mismo tiempo que anuncia Rubén:

- Venimos a vivir con vosotros.
_________________
Cuanto más alto subes
más dura es la caída.
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: La cabaña de Juan

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Querido Guillermo, ante todo darte la bienvenida a este lado de Alaire.

La cabaña de Juan es un relato entrañable, rico en emociones y elementos descriptivos. La familia como concepto importante, el pueblo sin jóvenes (como tantos en este momento), las complicadas razones entre padres e hijos, las generaciones enlazadas...

Lectura grata y dulce. Me han gustado especialmente los paisajes dibujados; muy vivos y llenos de hermosura.

Abrazos y gracias por compartir, amigo.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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Ventura Morón
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Registrado: Mar, 29 Oct 2013 0:40

Re: La cabaña de Juan

Mensaje sin leer por Ventura Morón »

Se acompaña este texto en la lectura con la siempre ternura en los ojos, licuándose la melancolía del tiempo. Me gusta como te detienes, como la mirada se recrea en el paisaje circundante, en los detalles íntimos de un espacio que bulle, demandando su momento.

El paso del tiempo va horadando arrugas en los recuerdos, en las razones. Pero hay una llama que permanece encendida, aquella que puede impulsar, en un momento de comprensión, a retomar el pulso del corazón y las huellas que nos precedieron.

Gracias por venir amigo Guillermo, es un placer leerte
Fuerte abrazo
Hallie Hernández Alfaro
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Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: La cabaña de Juan

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Sube para deleite de todos.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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