El señor que no se moría

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Óscar Distéfano
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El señor que no se moría

Mensaje sin leer por Óscar Distéfano »

El señor que no se moría

Don Gregorio está sentado en su sillón de mimbre como todos los días. El jardín de su casa, como todo lo atado a él, se encuentra semiderruido. Muy cerca de la verja mira la calle, saluda a la gente que pasa, pudiendo, increíblemente, reconocer a cada uno de ellos.
—Hola, Antonio. ¿Cómo le trata su reuma?
—Adiós, doña Dolores. Sus hijas, ¿todas bien? Me alegro.
Don Gregorio ha perdido la cuenta de sus años (o se hace el astuto para despistar a las doncellas; para no asustarlas). Nadie sabe en qué año nació, ni siquiera sus hijos (como seis, perdidos en el tráfago de la existencia; el último que lo visitó se encontraba viudo, sin esperanzas de reincidir en el matrimonio). Así, pues, vive solo, y ni yo sé cómo hace para mantenerse, dónde guarda sus recursos (también se preguntan los rateros del barrio). Lo cierto es que todas las tardes, a la misma hora, y hasta la misma hora, se sienta en el jardín para mirar la calle y saludar a la gente. Esta costumbre se ha vuelto una estampa del barrio, un reloj como el Big Ben (“ya son las cuatro: don Gregorio ha salido al jardín”), y también se ha vuelto una espera; es decir, el juego de la espera. Todos los habitantes del lugar, sin excepción alguna, lentamente fueron metiéndose en el juego que algún aburrido habrá creado. Un juego de apuestas, como una quiniela de la muerte. Se trataba de acertar el día de la muerte de don Gregorio; es decir, se trataba de acertar si mañana don Gregorio saldría al jardín. En los primeros tiempos, la relación era de diez por uno; de cada diez, nueve apostaban por la continuidad de la vida de don Gregorio, y sólo uno predecía su muerte. Después, con el correr de los años, luego de pasar la década, los apostadores iban inclinando la balanza hacia la muerte; y, hoy por hoy, los papeles se han invertido: nueve de diez apuestan que mañana don Gregorio será cadáver. Y cada amanecer es una ansiedad tremenda la que envuelve al barrio; más de uno deja de asistir a su trabajo, ante la premonición de que ése será el gran día. Las apuestas se multiplicaban en proporción geométrica, grandes sumas estaban en juego, en metálico y en bienes (algunos tenían en juego sus casas). Y don Gregorio seguía. A pesar de que sus piernas empezaron a fallarle y, utilizando un improvisado bastón de rama de guayabo, salía a duras penas a cumplir con su rito, no se rendía. Parecía adivinar y formar parte del juego. Parecía un pequeño dios que se divertía con la ansiedad de la gente. Parecía decir: “me moriré cuando yo quiera, carajo”. Incluso, un día, dio la sensación de haber hecho una broma macabra, pues no salió al jardín de puro antojo. Por suerte, alguien pidió que se compruebe el deceso, antes de efectuar el pago de su apuesta. Y para alivio de algunos y consternación de muchos, al otro día, don Gregorio, reapareció vivito y coleando.
La historia parecía no tener fin, hasta que corrió la voz por el barrio de que un joven desesperado, con destino criminal, por lo visto, había decidido asesinar a don Gregorio para ganarse la apuesta. La mayoría de los jugadores protestaron; algunos quisieron recular en sus apuestas, porque decían que eso era trampa. Pero otros decían que el juego no tenía reglas, que la mano divina o de quien sea puede hacer que el juego termine; al fin de cuentas, que se joda el asesino, ya que se irá a pudrir en la cárcel. Y empezó el problema de la muerte anunciada; que será mañana, no, la otra semana, el lunes, porque el lunes es día de hastío, no, el sábado, para cobrar y farrear a lo grande. Y don Gregorio no se moría; seguía saliendo todas las tardes a saludar.
—Buenas tardes, don Hermenegildo. ¿Todo bien? ¿Sí?... Yo, bien, amigo. Me voy de cuerpo como un bebé.. Meo bien… Mi azúcar, menos de cien… Mi corazón funciona como un motor eléctrico.
—¡Eh! ¿Qué tal, compadre?... ¿Ah, sí?... Entonces, ¿se fue nomás la comadre?... Mis pésames, ¡cuánto lo siento!... Sí, era una mujer inigualable.
Así pasaba el tiempo, hasta que un día sucedió la primera desgracia: dos apostadores se liaron en una discusión que terminó en la muerte de uno de ellos; y este hecho encendió la mecha, y dividió al barrio en dos bandos que se odiaron a muerte: los que apostaban por la muerte al otro día, contra los otros. Rápidamente se desencadenó una guerra terrible, donde incontables murieron, menos don Gregorio (que ahora era resguardado por una legión armada).
Pasó mucho más tiempo, y don Gregorio ya no podía manejarse solo; tuvo que dejarse llevar al jardín todos los días por las personas que lo querían inmortal. Con la ayuda de hombres que se turnaban con celo sagrado, era transportado al jardín todas las tardes. Personas que morían y eran reemplazados por sus hijos, para ejercer la misma gran responsabilidad. No sé, ciento veinte, ciento treinta años, ¿quién podría saber cuántos años tenía el bueno de don Gregorio? La gente hacía cálculos, se preguntaban unos a otros:
—Pero, ¿cuánto ha vivido el hombre más longevo del mundo?
—Yo leí en un libro que en Rusia existió un hombre que vivió 132 años.
—Bueno, pero, ¿cuánto puede vivir un hombre? Alguna vez tiene que morir, carajo, porque nadie nunca ha escapado de la muerte.
—¿Y qué sabemos nosotros? ¿Quién sabe cuánto puede vivir un hombre? ¿Y si es cierta la historia de Matusalén? ¿Quién nos asegura que don Gregorio no vea morir a nuestro tataranieto?
Los apostadores de la muerte se miraban con gestos preocupados.

La última vez que visité el barrio (yo también soy un apostador del día siguiente), don Gregorio seguía saliendo al jardín todas las tardes; y yo, que era joven cuando empecé esta crónica, me estoy volviendo muy viejo, las canas poblaron mi cabeza hace tiempo, el achaque casi no me permite escribir; acostado desde hace semanas, no sé si mañana volveré a abrir los ojos para continuar esta historia (estoy pensando seriamente en nombrar un sucesor de este relato). Cada día me siento más débil, más enfermo, y don Gregorio sigue saliendo al jardín todos los días, sin ninguna gana de morirse todavía.

Última edición por Óscar Distéfano el Jue, 17 Oct 2013 13:57, editado 1 vez en total.


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Hallie Hernández Alfaro
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Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Maravilloso ingenio, orden literario, gracia, oficio. Completísimo este relato que brilla en los jardines de Prosa. Coloco una rojita, de excelente.

De pie para las ovaciones, querido poeta.

Abrazos.
"Algo, en este tan vasto como innecesario universo,
ha de tener sentido: ninguna ecuación diferencial
siente. Pero, se sabe, en el principio
fue dicho: hágase la luz; y abrimos los ojos."


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Alfonso Alfaro
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Re: El señor que no se moría

Mensaje sin leer por Alfonso Alfaro »

Saludos, Óscar.
Placer pasar a leer esta interesante historia.
Bravo!! a tu pluma y talento.
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Carmen López
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Mensaje sin leer por Carmen López »

Un placer de lectura Óscar, me encantó la historia, la disfruté mucho.

Un abrazo grande.

Carmen
La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gastón Bachelar.
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Macedonio Tracel
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lo que tiene prosa es que aparte de reconocer el talento y el oficio, la oportunidad inventada, un se divierte como en un juego donde del otro lado alguién se quedó a tironear de una cuerdita y nos va metiendo, nos va metiendo en una historia proyectada. abrazo viejo, suena a barrio todo esto.
"nada es posible, pese a todo, sin el poema,
sin el poema que rejunte una a una las migajas"
Alberto Szpunberg
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Óscar Distéfano
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Mensaje sin leer por Óscar Distéfano »

Hallie Hernández Alfaro escribió:Maravilloso ingenio, orden literario, gracia, oficio. Completísimo este relato que brilla en los jardines de Prosa. Coloco una rojita, de excelente.

De pie para las ovaciones, querido poeta.

Abrazos.

Gracias, Hallie. Tú siempre alentando. Es una experiencia única intercambiar contigo.

Un abrazo.
Óscar


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Isabel Moncayo
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Mensaje sin leer por Isabel Moncayo »

Ingenioso y atrayente en su lectura, Óscar, creo que Don Gregorio nos va a enterrar a todos, al menos en la intención quedará en lo escrito.

Un abrazo.
Palabra:
Ya está callada la Luna y quieta sobre el lago, clara en todos los caminos. Tú, eres el verso, amado mío, yo, sólo palabra.
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Óscar Distéfano
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Re: El señor que no se moría

Mensaje sin leer por Óscar Distéfano »

Alfonso Alfaro escribió:Saludos, Óscar.
Placer pasar a leer esta interesante historia.
Bravo!! a tu pluma y talento.

Gracias, Alfonso. Es un estímulo válido.

Un abrazo.
Óscar


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Hallie Hernández Alfaro
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Julio Gonzalez Alonso
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re: El señor que no se moría

Mensaje sin leer por Julio Gonzalez Alonso »

Lo mejor que se puede decir de tu relato es que está muy bien escrito. Maestría, oficio, gracia, inspiración y un lenguaje sugerente y rico. La historia te atrapa y lleva a ese final lleno de presentimientos que te turba. Inmejorable lectura. Sólo cabe la felicitación y el entusiasmo. Cuando leo coasa así de buenas, me dan ganas de intentar escribir también... Un abrazo.
Salud.
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Óscar Distéfano
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re: El señor que no se moría

Mensaje sin leer por Óscar Distéfano »

Gracias Carmen, Macedonio, Isabel, Hallie y Julio, por el apoyo. Estoy con deseos de volver a Prosa: una rica biblioteca de pequeñas grandes obras.

Saludos
Óscar


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Tigana Nelson
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Una prosa ágil y muy bien escrita. La muerte da mucho de si y su cuento atrapa desde el principio. La vida de un barrio gira en torno al viejillo. Yo creo que los mimos y la apuesta le daban vidilla.
Salud.
Hallie Hernández Alfaro
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Re: El señor que no se moría

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

Sube para deleite de todos.
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Ventura Morón
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Re: El señor que no se moría

Mensaje sin leer por Ventura Morón »

Qué relato más intenso y bien contado amigo. Ha sido un placer veni. Cuánto hay de bueno en bucear en este foro de prosa. Aplausos y abrazos
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Óscar Distéfano
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Mensaje sin leer por Óscar Distéfano »

Macedonio Tracel escribió:lo que tiene prosa es que aparte de reconocer el talento y el oficio, la oportunidad inventada, uno se divierte como en un juego donde del otro lado alguién se quedó a tironear de una cuerdita y nos va metiendo, nos va metiendo en una historia proyectada. abrazo viejo, suena a barrio todo esto.

Aprovecho tu comentario, estimado Tracel, para reflotar este cuento que lo he releído, y que me parece soportar sus cuatro años de edad.

Un abrazo de vecino.
Óscar


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