Editorial Alaire

En la calle del sueño fugitivo,
ocupada en labores propias de quien se busca,
un matiz elitista vivía acomplejado
entre puertas oscuras y oscuros edificios de fachada dolosa
y tejado sin luna; acabado el verano, en el cruel entretiempo
del genio suspendido.

Parecía lo cursi
en las voces de altura
que abrazan los suspiros al compás del apaño,
esa fue la impresión que tuve en un principio,
impresión que se fue muy deprisa
calle abajo, del brazo de su musa,
al país de los labios salitrados.

De ser amor lo fue
al verbo recurrente, algo así como abril
de la metáfora, delirio de pasión animal
por la estética, nada más, y tan solo un canto que perece
cautivo en una cárcel de eterna madrugada,
entre la ingratitud del todo en decadencia
y la imagen, reflejada en el cadalso del verso intrascendente,
ahorcada en la soga más gris de las ideas.