te arrastrarán a su nivel y entonces
te ganarán con la experiencia.
Mark Twain
Las tormentas no son el llanto del cielo,
y aunque a veces pensemos que es la furia de los dioses
tampoco andamos por el camino de lo cierto.
Así podría empezar el encadenamiento
de una reflexión sin tintes de lógica
o una conversación con adjetivos absurdos,
con metáforas irreverentes
o simplemente con palabras dislocadas y perversas.
El contexto es el infinito de lo irreal,
de la sabiduría no impresa en libros
de páginas puras e inmaculadamente blancas,
podría ser incluso el ciclo inacabado e imperfecto
de la licenciatura sin firma en títulos imaginarios,
o tal vez, un discurso académico
vestido de toga inculta e imaginación ridícula.
Allí nos gustaría romper el velo de la hipocresía,
contestar debatiendo aquello que
hace que nos sonrojemos, e incluso,
que nos obliga a dibujar una sonrisa,
con los ojos cerrados, o con mirada al infinito,
mientras apoyamos la frente
sobre la palma de una mano sudada,
e invocamos el socorrido “no puede ser”.
Lejos de ello, como hoja arrastrada por el viento,
nos dejamos llevar, intentamos que se nos oiga,
pero nuestra voz se apaga,
se entremezcla con un huracán inquisidor
que no permite lógica alguna, sabiduría alguna,
mientras se nos desinfla como esos globos
con algún agujero diminuto.
Al final, no sabes si lo que algún día estudiaste
era correcto, era lo válido,
o siempre estuvimos equivocados.
Luego, en el recodo de un sillón mudo,
te das cuenta,
que todos y cada uno de nosotros
éramos tan cultos, tan inteligentes,
que sería mejor que los libros
tuvieran sus páginas en blanco.
Eso sí, con un título estúpido en la portada
y la firma de algún académico
de toga inculta.