Editorial Alaire

Extramuros del juicio, a cada paso
estrenabas calcinado derrotero.
Como huérfano abdicado, huías de principios y linajes.
Allá en irisación ardía la ciudad.


Abrazaste después, lejos de ella, la heráclita fe de las riberas.
Absorto como meteoro vagabundo, hollaste puentes
que unían las ideas de cambio eterno y de reflejo.
El rumor inagotable del río disipaba
la furia entre tus párpados. Los juncos
se arqueaban al fragor de la crecida. Comprendiste.


Al fondo de la senda, bajo el árbol,
brillantes de soledad, inevitables,
respiraban las armas sosegadas,
anunciando el ciclo agrio del guerrero.
Y aceptaste.

Arriba con este trabajo tan bello como evocador, amigo Pablo.
Abrazos.

Me duele tu poema aunque sea grato leer buena poesía. Hay belleza en cada verso.
Felicidades.
Abrazos
Pilar

Un magnífico canto épico. Me ha encantado este poema por el poder legendario que transmite y por esa sensación de fatalidad en el destino que se adivina. Mi felicitación sincera. Un abrazo, Pablo.

Pablo Ibáñez escribió:Extramuros del juicio, a cada paso
estrenabas calcinado derrotero.
Como huérfano abdicado, huías de principios y linajes.
Allá en irisación ardía la ciudad.


Abrazaste después, lejos de ella, la heráclita fe de las riberas.
Absorto como meteoro vagabundo, hollaste puentes
que unían las ideas de cambio eterno y de reflejo.
El rumor inagotable del río disipaba
la furia entre tus párpados. Los juncos
se arqueaban al fragor de la crecida. Comprendiste.


Al fondo de la senda, bajo el árbol,
brillantes en solitud, inevitables,
respiraban las armas sosegadas,
anunciando el ciclo agrio del guerrero.
Y aceptaste.

Emociona, emociona mucho, el perfil que aprehendemos a ciudad abierta...

Felicitaciones y aplausos sonoros, querido amigo.

Abrazos.

Pablo Ibáñez escribió:Extramuros del juicio, a cada paso
estrenabas calcinado derrotero.
Como huérfano abdicado, huías de principios y linajes.
Allá en irisación ardía la ciudad.


Abrazaste después, lejos de ella, la heráclita fe de las riberas.
Absorto como meteoro vagabundo, hollaste puentes
que unían las ideas de cambio eterno y de reflejo.
El rumor inagotable del río disipaba
la furia entre tus párpados. Los juncos
se arqueaban al fragor de la crecida. Comprendiste.


Al fondo de la senda, bajo el árbol,
brillantes en solitud, inevitables,
respiraban las armas sosegadas,
anunciando el ciclo agrio del guerrero.
Y aceptaste.

Allá en irisación ardía la ciudad.
se arqueaban al fragor de la crecida. Comprendiste.

Al fondo de la senda, bajo el árbol,
brillantes en solitud, inevitables,
respiraban las armas sosegadas,
anunciando el ciclo agrio del guerrero.
Y aceptaste


Un poema que se embarca en la odisea del alma. Navega en los desiertos, entre el fuego que forja al hombre completo. Lucha entre los ciclos blancos del fuego que pone a prueba de que estamos hecho. Y ese ultimo verso, solitario que se abre con una conjunción de poderosa sugerencia: "Y". Y todo cuanto no necesita ser enumerado en la aceptación de la lucha. Profundidad, forma, belleza absoluta. Un abrazo grande, Pablo. ERA

Gracias Rafel,

me alegro que te guste.

Un abrazo

Gracias Pilar,

no te duela nada en poesía, querida amiga. Esto debe ser disfrute puro, o no ser.

Me alegro que te guste.
Un abrazo.

Gracias Ramón,

un honor tu paso y positivo comentario, amigo. Me alegra que te guste.

Un abrazo.

Gracias Hallie,

siempre te veo por mis cosas. Es un honor y satisfacción. Te sigo.

Un abrazo

Gracias Roxane,

me ha encantado tu comentario, amiga. Has captado la idea estupendamente.

Un abrazo.