Dímelo ya, ¿quién eres?
la violencia de tu laberinto ataca mis ideas,
hace vivir el desgranado rol de la maldad.
Brujas sin sosiego,
maldad, maldad,
retazos de la bondad descolocada.
Dímelo, antes de cerrar los ojos,
¿a quién nombras
cuando excedes los contornos,
cuando el cuaderno hostiga el boceto
y el trazo llora como un niño enfermo?
Dímelo, dímelo,
¿es la carga de los mamelucos
esa pulsación abatida
que también quiso morir
en Burdeos?
La tauromaquia cuece el verbo justo
y el andamio persiste
en la denuncia.
La muerte sorda
vuelca sus atriles
y tu marcha retumba;
capricho,
incrédulo sueño,
que solo la voluntad
le sobra.