Sobretarde
Publicado: Dom, 10 Nov 2019 0:51
Solar naufragio de la tarde. Fluye
su savia sobre el cárdeno azul acuchillado.
La luz declina con su feroz deshacimiento,
y el viento tañe, ausente, los bordones
desafinados del laurel vencido.
Nada ni nadie sobrevive a estas heridas,
ni siquiera en el grito solemne de la roca.
Abre el reloj, tenaz, entre mis manos
el surco estéril de una noche incesante.
Pero tú estás aquí. Me llegas
con la serenidad del péndulo que abraza
el polvo de las horas adormidas.
Y llueves anegando las praderas
que me conducen a tu talle,
a tus cabellos suaves como espigas verdes,
acamadas al soplo
del laberinto amable de tu boca.
Estás aquí. Me das la mano. Mira
cómo cruzamos en el lienzo de la altura
la impalpable sazón del labrantío.
Mira cómo, vernal, renace todo, cómo
mi corazón es bálsamo en el pecho
bajo los oros –tan de lumbre ungida–
de tu tacto de siembra.
No detengas, amor, las alas porque arrase
la puesta a punto del reloj severo. Espera...
Abierta en los bajíos, se desangra
la sobretarde entre la bruma
y sin pausa se escora hacia el pasado.
Nada ni nadie sobrevive a estas heridas.
su savia sobre el cárdeno azul acuchillado.
La luz declina con su feroz deshacimiento,
y el viento tañe, ausente, los bordones
desafinados del laurel vencido.
Nada ni nadie sobrevive a estas heridas,
ni siquiera en el grito solemne de la roca.
Abre el reloj, tenaz, entre mis manos
el surco estéril de una noche incesante.
Pero tú estás aquí. Me llegas
con la serenidad del péndulo que abraza
el polvo de las horas adormidas.
Y llueves anegando las praderas
que me conducen a tu talle,
a tus cabellos suaves como espigas verdes,
acamadas al soplo
del laberinto amable de tu boca.
Estás aquí. Me das la mano. Mira
cómo cruzamos en el lienzo de la altura
la impalpable sazón del labrantío.
Mira cómo, vernal, renace todo, cómo
mi corazón es bálsamo en el pecho
bajo los oros –tan de lumbre ungida–
de tu tacto de siembra.
No detengas, amor, las alas porque arrase
la puesta a punto del reloj severo. Espera...
Abierta en los bajíos, se desangra
la sobretarde entre la bruma
y sin pausa se escora hacia el pasado.
Nada ni nadie sobrevive a estas heridas.