La ciudad vacía
Publicado: Lun, 09 Sep 2019 13:56
Cuando las calles llegan a estar desiertas
porque nadie te ve, ni tú tampoco a nadie,
porque nadie responde a tu mirada, intuyes
que estás llegando ya; incluso puedes
oler del otro lado esa frugalidad
delicuescente de la luz en el naufragio.
Y algo de ti te dice: «No todo está perdido»
en respuesta a ese viento que azuza sus jaurías
sibilando entre restos de cuadernas
de tu nave quebrada en los bajíos,
o aturdido tal vez por esa nada
que te empuja inclemente como una sombra seca,
sin saber muy bien por qué, de pronto,
como una herida abierta te duele el corazón.
Cuando te dices: «Llamé a todas las puertas»,
y preguntas dónde están esas manos amables,
o el porqué ya nadie ahora tiene tiempo,
no sé, pero el temblor con que el laurel solía
ungir sus esmeraldas o pulsar
en el laúd la prima extrema
han caído en el vaho de la hondura del aire;
y es como si todo se exhibiera en su deshacimiento
su agonía entrevista, su fulgor acabado.
Cuando la tarde va espesando en sus horas
la oscura algarabía de los péndulos,
las aceras se pueblan de mendigos.
Es un ir y venir de todos y de nadie, y aunque
cada uno se afana por llegar a su destino,
percibes como un lento fluir de todos a la niebla...
porque nadie te ve, ni tú tampoco a nadie,
porque nadie responde a tu mirada, intuyes
que estás llegando ya; incluso puedes
oler del otro lado esa frugalidad
delicuescente de la luz en el naufragio.
Y algo de ti te dice: «No todo está perdido»
en respuesta a ese viento que azuza sus jaurías
sibilando entre restos de cuadernas
de tu nave quebrada en los bajíos,
o aturdido tal vez por esa nada
que te empuja inclemente como una sombra seca,
sin saber muy bien por qué, de pronto,
como una herida abierta te duele el corazón.
Cuando te dices: «Llamé a todas las puertas»,
y preguntas dónde están esas manos amables,
o el porqué ya nadie ahora tiene tiempo,
no sé, pero el temblor con que el laurel solía
ungir sus esmeraldas o pulsar
en el laúd la prima extrema
han caído en el vaho de la hondura del aire;
y es como si todo se exhibiera en su deshacimiento
su agonía entrevista, su fulgor acabado.
Cuando la tarde va espesando en sus horas
la oscura algarabía de los péndulos,
las aceras se pueblan de mendigos.
Es un ir y venir de todos y de nadie, y aunque
cada uno se afana por llegar a su destino,
percibes como un lento fluir de todos a la niebla...