Tigres
Publicado: Lun, 04 Dic 2017 17:16
Después de dos noches sin luna,
incómodos por un recuerdo incierto,
nos levantamos enfadados,
gruñones, cansados,
asqueados del olor a grasa
que pudría el aire.
Me preguntaron si había soñado;
“he soñado con tigres” contesté.
Ellos también habían soñado tigres,
todos decían lo mismo,
con recelo,
todo el pueblo había soñado tigres.
Había polvo flotando
en las calles vacías.
Volvieron los tigres, la noche siguiente:
bestias imponentes
en las márgenes del río,
musculosos como caballos,
rugiendo en la maleza,
dejando un rastro rojo
entre los arbustos.
Hubo violencia latente
en todos nuestros gestos, en nuestras palabras,
hubo discusiones constantes,
miradas mezquinas, movimientos bruscos.
Fue un día caluroso y desagradable.
Yo quería estar solo,
quería alejarme.
Muchos nos quedamos en vela:
temíamos encontrar los tigres en el sueño,
temíamos ser la carne y los colmillos,
temíamos ser la presa y el hambre.
Una noche más, la pesadilla entró en todas las casas.
Por la mañana encontré gatos destripados en la acera;
fui observado por gente que guardaba un silencio primitivo:
parecían olisquear el aire,
apenas emitían gruñidos desconfiados,
con los ojos ensombrecidos
me miraban sin mover un solo músculo.
Ya nadie quería dormir.
Hubo incendios constantes en la noche.
Hubo personas que se fueron
con lo puesto,
caminando por la carretera vacía y oscura.
Cada minuto de sueño
era despellejado por las crueles garras del tigre.
Todos nos aislamos y nos acechamos.
Vivimos de noche
entre gritos de asesinatos
y violaciones.
No hay descanso sin dientes,
no hay consuelo sin sangre.
En la noche veo personas agazapadas,
desnudas,
el cuerpo pintado con la sangre de sus víctimas.
Facundo Díaz; Tan callando.
incómodos por un recuerdo incierto,
nos levantamos enfadados,
gruñones, cansados,
asqueados del olor a grasa
que pudría el aire.
Me preguntaron si había soñado;
“he soñado con tigres” contesté.
Ellos también habían soñado tigres,
todos decían lo mismo,
con recelo,
todo el pueblo había soñado tigres.
Había polvo flotando
en las calles vacías.
Volvieron los tigres, la noche siguiente:
bestias imponentes
en las márgenes del río,
musculosos como caballos,
rugiendo en la maleza,
dejando un rastro rojo
entre los arbustos.
Hubo violencia latente
en todos nuestros gestos, en nuestras palabras,
hubo discusiones constantes,
miradas mezquinas, movimientos bruscos.
Fue un día caluroso y desagradable.
Yo quería estar solo,
quería alejarme.
Muchos nos quedamos en vela:
temíamos encontrar los tigres en el sueño,
temíamos ser la carne y los colmillos,
temíamos ser la presa y el hambre.
Una noche más, la pesadilla entró en todas las casas.
Por la mañana encontré gatos destripados en la acera;
fui observado por gente que guardaba un silencio primitivo:
parecían olisquear el aire,
apenas emitían gruñidos desconfiados,
con los ojos ensombrecidos
me miraban sin mover un solo músculo.
Ya nadie quería dormir.
Hubo incendios constantes en la noche.
Hubo personas que se fueron
con lo puesto,
caminando por la carretera vacía y oscura.
Cada minuto de sueño
era despellejado por las crueles garras del tigre.
Todos nos aislamos y nos acechamos.
Vivimos de noche
entre gritos de asesinatos
y violaciones.
No hay descanso sin dientes,
no hay consuelo sin sangre.
En la noche veo personas agazapadas,
desnudas,
el cuerpo pintado con la sangre de sus víctimas.
Facundo Díaz; Tan callando.