Monedas
Publicado: Dom, 19 Mar 2017 2:20
He viajado tantas veces, como tantas otras he perdido,
he visto renacer las aves, mientras se apartan las nubes del retoño,
he decidido marcharme de tu casa, porque tu corazón está cerrado,
ya ves, después de tiempos remotos,
de auroras peinando nuestros cabellos,
de dejar los sueños recostados sobre la almohada,
llegan los días en el barrio de la soledad,
y aunque dudemos una y otra vez,
en las dudas del alma siempre nos hemos sentido perdedores,
porque ganar hace demasiado daño,
porque amar, el amor, no siempre da la felicidad,
y porque el aire es más puro cuando se respira en libertad.
A veces, casi siempre ebrio,
no fui capaz de inundar nuestro océano
para darle otra inmensidad,
y aunque entre las páginas de tu libro favorito
aún se conserva la flor marchita de un día de verano,
me he dado cuenta,
que hasta la rosa más roja se marchitaba en un jarrón,
que un martes era igual que un jueves,
mientras lloviera en pañuelos húmedos,
más siempre, o eternamente siempre,
creí que tu figura era la de una diosa,
que tus pechos se erizaban al sentir el calor de mis manos,
que las sábanas eran el único testigo
y que tu silencio, era el éxtasis de nuestro desenfreno.
He dibujado tantas veces esos momentos,
como ellos se han apoderado de mi mente.
Imagino que aún hay rocas en el pasadizo,
que esa colcha tan bien doblada
todavía guarda secretos inconfesables,
que tu cuerpo, ya con arrugas y atolondrado,
seguirá buscando en otras manos
ese calor tan anodino de las mías,
que no te obliguen a pensar, a sentir,
tan solo a decir un hola y un adiós,
a abrir y cerrar la puerta,
y a airear las sábanas cada jornada.
Es tan difícil de entender,
como cristalino, aunque duela.
Hoy no me detendré,
me faltan algunas monedas.
he visto renacer las aves, mientras se apartan las nubes del retoño,
he decidido marcharme de tu casa, porque tu corazón está cerrado,
ya ves, después de tiempos remotos,
de auroras peinando nuestros cabellos,
de dejar los sueños recostados sobre la almohada,
llegan los días en el barrio de la soledad,
y aunque dudemos una y otra vez,
en las dudas del alma siempre nos hemos sentido perdedores,
porque ganar hace demasiado daño,
porque amar, el amor, no siempre da la felicidad,
y porque el aire es más puro cuando se respira en libertad.
A veces, casi siempre ebrio,
no fui capaz de inundar nuestro océano
para darle otra inmensidad,
y aunque entre las páginas de tu libro favorito
aún se conserva la flor marchita de un día de verano,
me he dado cuenta,
que hasta la rosa más roja se marchitaba en un jarrón,
que un martes era igual que un jueves,
mientras lloviera en pañuelos húmedos,
más siempre, o eternamente siempre,
creí que tu figura era la de una diosa,
que tus pechos se erizaban al sentir el calor de mis manos,
que las sábanas eran el único testigo
y que tu silencio, era el éxtasis de nuestro desenfreno.
He dibujado tantas veces esos momentos,
como ellos se han apoderado de mi mente.
Imagino que aún hay rocas en el pasadizo,
que esa colcha tan bien doblada
todavía guarda secretos inconfesables,
que tu cuerpo, ya con arrugas y atolondrado,
seguirá buscando en otras manos
ese calor tan anodino de las mías,
que no te obliguen a pensar, a sentir,
tan solo a decir un hola y un adiós,
a abrir y cerrar la puerta,
y a airear las sábanas cada jornada.
Es tan difícil de entender,
como cristalino, aunque duela.
Hoy no me detendré,
me faltan algunas monedas.