Gerardo Mont escribió:…Bañabas fugaz la ventana
y los nimbos te llamaron octubre. Mi ánimo al viento, como hojas del árbol
donde nacieron mis cuentos. A plomo tu cuerpo
en el sino incierto del norte y del sur, del este y oeste… Por cualquier camino
eras buena. Las gentes pronunciaban tu nombre
con su última luz encendida, como si supieran de ti lo que saben de otros:
de los pájaros que robaron las migas mientras pretendíamos sus alas,
de las verdades que el Lobo confió al cazador, y de su resignación al cuchillo.
Mis sueños deslicé en tu silueta. De rojo, al azar te acercabas.
Yo imaginaba auditorios;
y de pronto tú, vertías mis miradas por todo tu cuerpo,
como si no las quisieras.
Fuimos orugas, insectos, fuimos la hipótesis de nuevas especies.
Argumentamos tendencias, voluntad para cosas distintas,
pero permanecimos inmóviles, como si al inhalar tus partículas
te hicieras pequeña, como si al alejarte, a lo mejor te absorbiera.
La inmovilidad infectó la avenida:
las luces clavadas, la introversión de las puertas, la fúnebre marcha
de transeúntes inéditos que jamás releeríamos…,
y el consuelo de un corredor subterráneo.
Erramos entonces en los trillos que forjaba el destiempo.
“Un Café”, te guiñó su inmenso ojo Led,
con un cigarro en la diestra y un café en la siniestra.
Supliqué – entumecida la lengua – que entraras, pero lo tuyo era sed…
y lo mío, tal vez soledad.
Uno por fuera y otro por dentro, dibujando en el vaho anagramas.
De tus conjuros dudé, te confieso. Una niña no sabe
de la mujer que esculpirán en ella las décadas;
de las danzas que invocan, la exacta precipitación en octubre;
de la medida exacta que los felices ingieren.
El amor se colaba por la porosidad de los vidrios.
“Tras los miedos, respuestas”,
entre signos de pregunta afirmabas, insistiendo en silencios.
“La simiente humana arrastra principio y fin en sus naves.
Hay un desfase entre la circunstancia y el ojo,
que nos condena a horizontes que ya han sucedido”,
te sumaba a las paradojas humanas.
Habiendo plagiado el menú de vidas ajenas,
las recetas para guardar apariencias, la religión que la tele ha normado,
contextualizamos el pero.
“¿Por qué querrías un café, si tregua y café son sinónimos?”.
Y como el agua que corre, me negabas
una segunda lectura, enfilada a los campos de guerra.
Nebulosa, el gris te alcanzaba.
Afuera llovía (lugar tristemente común),
y yo sin ningún precedente, soñaba.
Los nimbos seguían llamándote octubre. Reduccionistas sin duda,
abreviando la vida en una mujer que se aleja, o solamente atenúa.
Qué final más trillado, si del volcán no hubiesen saltado los duendes.
A la intemperie me expuse. Me salvé antes de que voltearas la página.
La lluvia aún garabateaba tus formas, en una esquina de voces extrañas.
Calcinada, sumándote a la esposa de Lot, miraste en mí tu pasado
y proclamaste cenizas. Pero al fin, lancé por el aire un “te amo”.
De reojo miraste. Fuimos así, todos y nadie,
la simbiosis de la Gamba y el Luther que habíamos intuido.
“Octubre posee el ADN de abril”, entendimos.
“Esta lluvia es divina. Mira: reverdecen las alas”, con el fuego del hielo
rompimos el hielo… Y resolvimos llamarnos octubre.
Me gusta este poema que exalta al amor, Gerardo. Bellísimas imágenes! ERA