Adagio para cuerdas

Poemas en verso y/o en prosa de cualquier estructura y/o combinación.

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Óscar Bartolomé Poy
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Mensaje sin leer por Óscar Bartolomé Poy »

Armilo Bretón escribió:Compañero, ¿qué aportar más a lo escrito? Cualquier interpretación sería vulnerar la memoria de algo bello. Y eso sólo está en el corazón de lo que se ha vivido.

Un abrazo
y vaya mi homenaje a la mujer que retrratas y cantas en estos versos.

A.B.
La Corporación

Gracias por tus palabras, Armilo. Eres muy amable.

Un abrazo.
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Marius Gabureanu
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Mensaje sin leer por Marius Gabureanu »

..y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente -he elegido este verso que nos habla mucho de tu creación, tu forma de intensificar las sensaciones que se puedan percibir a través de la palabra. Este poema de amor parece guardar en su vientre todo el cosmos, se merece un comentario mejor que el que yo dejo. Muchos abrazos, me ha encantado.
Mariano García
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Re: Adagio para cuerdas

Mensaje sin leer por Mariano García »

Óscar Bartolomé Poy escribió: Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)

Recuerdo aquellas infinitas noches de febrero iridiscentes como púlsares.
Tú me sonreías con esos ojos de ágata donde hizo su palacio la luna,
y yo me sonrojaba como la víspera de un solsticio de verano, tímido,
enclavado en la distancia, mientras en mis oídos ovillaba el hilo ausente
de tu voz
. Por entonces aún no sabía del orfeón de tu tristeza
ni del acueducto de tu infancia, huérfana y solitaria, pero algo en tu mirada
un destello irisado, un reflejo opalino del beso en clandestinidad
me decía que eras Mía, y esa certeza hacía que me estremeciera de belleza,
como siempre que escucho el Adagio para cuerdas de Barber.
No he olvidado cómo a tu lado los colores parecían más vivos, musicales,
y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente, más límpido,
más veraz, como ese sol propincuo que caracolea en el limo de los estanques
a la llegada del ocaso y espolea nenúfares en mis ojos ver-de-mar,
o las gaviotas que cantan al unísono como rubicundos tulipanes de Delft,
o la alborada que bisela gotas de rocío en el regazo de las hayas.
Cuando te necesitaba no tenía que silbarte, pues tu voz de lluvia
galopaba vagarosa desde la playa de San Lorenzo a mi Torre de Tubinga
con el muecín de las olas, y yo naufragaba en tu galerna de besos
como un recoleto Hiperión. Juntos escribimos la historia de dos ciudades,
dos ciudades con el mismo nombre, permutadas, siamesas,
extrañamente umbilicales: Tokyo y Kyoto; las sílabas de tu nombre
están contenidas en el mío, aunque no sean palíndromo.
¿Fue por eso,
tal vez, que dijiste que habías nacido para mí, aun cuando nadie te esperaba?
Pero yo sí te esperaba, sólo que aún no lo sabía.
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.

Cada vez que pienso en ti oigo a Debussy tocar el piano en un claro de luna,
los arpegios se ensortijan en fractales mientras acaricio tus cabellos de lino,
las nubes sestean como un fauno en una clave de sol, y nosotros,
atemperados, nibelungos, nos anillamos como esos lunes que no proyectan
sueños sobre la almohada porque yacen enterrados en una cárcava de amor.
Qué no daría yo por saberte feliz, como cuando te leí Llamas de Eróstrato
y tú pensaste en la lubricidad de los percebes. Pero ya no me enoja
que me llames grandilocuente. No pretendo ocultarlo. Es lo que soy.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.

Era otro tiempo, un tiempo en el que la música de Mozart era de un rosa palo,
los espejo-s-adulaban tu sencilla pose, pose de poetisa de Pompeya
–sin bucles ni redecilla en el pelo, pero con estilo
que busca con glauca mirada a Erato en el monte Helicón,
y en el cielo wagneriano, cerca de la comisura de tus labios,

esplendía un flavo lunar, tan pequeño y coqueto como aquella falda
de plátanos con la que Joséphine Baker bailaba el charlestón
en las noches impresionistas del Folies Bergère.
Buenísimo, Óscar, no puedo acostumbrarme a la belleza porque nunca pierdo mi capacidad de asombro.

Es otra gran parte de tu homenaje a Sara.

Saludos.
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Óscar Bartolomé Poy
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Marius Gabureanu escribió:..y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente -he elegido este verso que nos habla mucho de tu creación, tu forma de intensificar las sensaciones que se puedan percibir a través de la palabra. Este poema de amor parece guardar en su vientre todo el cosmos, se merece un comentario mejor que el que yo dejo. Muchos abrazos, me ha encantado.

Tu comentario no tiene desperdicio, Marius, y te estoy muy agradecido por él. Tienes toda la razón en que mi poema (y mi poesía, en general) es un poema de sensaciones, de colores, de olores, táctil, sinestésico, y en ese sentido, esos versos que has elegido, son una muestra diáfana de mi creación y de mi arte.

Un fuerte abrazo.
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Óscar Bartolomé Poy
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Re: Adagio para cuerdas

Mensaje sin leer por Óscar Bartolomé Poy »

Mariano García escribió:
Óscar Bartolomé Poy escribió: Dedicado a Sara Álvarez (In memoriam)

Recuerdo aquellas infinitas noches de febrero iridiscentes como púlsares.
Tú me sonreías con esos ojos de ágata donde hizo su palacio la luna,
y yo me sonrojaba como la víspera de un solsticio de verano, tímido,
enclavado en la distancia, mientras en mis oídos ovillaba el hilo ausente
de tu voz
. Por entonces aún no sabía del orfeón de tu tristeza
ni del acueducto de tu infancia, huérfana y solitaria, pero algo en tu mirada
un destello irisado, un reflejo opalino del beso en clandestinidad
me decía que eras Mía, y esa certeza hacía que me estremeciera de belleza,
como siempre que escucho el Adagio para cuerdas de Barber.
No he olvidado cómo a tu lado los colores parecían más vivos, musicales,
y todo, incluso la lluvia sobre la hierba, sonaba diferente, más límpido,
más veraz, como ese sol propincuo que caracolea en el limo de los estanques
a la llegada del ocaso y espolea nenúfares en mis ojos ver-de-mar,
o las gaviotas que cantan al unísono como rubicundos tulipanes de Delft,
o la alborada que bisela gotas de rocío en el regazo de las hayas.
Cuando te necesitaba no tenía que silbarte, pues tu voz de lluvia
galopaba vagarosa desde la playa de San Lorenzo a mi Torre de Tubinga
con el muecín de las olas, y yo naufragaba en tu galerna de besos
como un recoleto Hiperión. Juntos escribimos la historia de dos ciudades,
dos ciudades con el mismo nombre, permutadas, siamesas,
extrañamente umbilicales: Tokyo y Kyoto; las sílabas de tu nombre
están contenidas en el mío, aunque no sean palíndromo.
¿Fue por eso,
tal vez, que dijiste que habías nacido para mí, aun cuando nadie te esperaba?
Pero yo sí te esperaba, sólo que aún no lo sabía.
Al anochecer, todas las estrellas de todas las galaxias brillan en tu frente
coriolana, y el fuego de Prometeo arde en mi boca dehiscente,
chisporroteando promesas de amor. Tú me soplabas y yo me dejaba mecer
por tu viento racheado de nostalgia, frágil como un cálamo.
¿Me dirás ahora que aún crees en las rosas cíngaras y en los males de ojo?
La música me ha enseñado que no hay muerte más atroz que tu silencio,
pues has de saber que este grito estrangulado que arpa la cadencia
del verso crece, como el musgo, en la gangrena de la soledad.

Cada vez que pienso en ti oigo a Debussy tocar el piano en un claro de luna,
los arpegios se ensortijan en fractales mientras acaricio tus cabellos de lino,
las nubes sestean como un fauno en una clave de sol, y nosotros,
atemperados, nibelungos, nos anillamos como esos lunes que no proyectan
sueños sobre la almohada porque yacen enterrados en una cárcava de amor.
Qué no daría yo por saberte feliz, como cuando te leí Llamas de Eróstrato
y tú pensaste en la lubricidad de los percebes. Pero ya no me enoja
que me llames grandilocuente. No pretendo ocultarlo. Es lo que soy.
Dios te hizo carne y Tú le diste poesía;
Dios te dio el Verbo y Tú predicaste su palabra en mi desierto.

Era otro tiempo, un tiempo en el que la música de Mozart era de un rosa palo,
los espejo-s-adulaban tu sencilla pose, pose de poetisa de Pompeya
–sin bucles ni redecilla en el pelo, pero con estilo
que busca con glauca mirada a Erato en el monte Helicón,
y en el cielo wagneriano, cerca de la comisura de tus labios,

esplendía un flavo lunar, tan pequeño y coqueto como aquella falda
de plátanos con la que Joséphine Baker bailaba el charlestón
en las noches impresionistas del Folies Bergère.
Buenísimo, Óscar, no puedo acostumbrarme a la belleza porque nunca pierdo mi capacidad de asombro.

Es otra gran parte de tu homenaje a Sara.

Saludos.

Gracias por recuperar este poema, el primero que decidí publicar en Alaire desde mi regreso. Esta obra, al igual que 'Azulocéano', es una gran parte, sí, uno de mis cenit. Qué importante es no perder la capacidad de asombro. En cierto modo, eso significado que no hemos dejado de ser niños, no del todo.

Un abrazo, Mariano.
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Ventura Morón
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Mensaje sin leer por Ventura Morón »

Este poema, quierido Óscar, no se queda perdido nunca. Su estrella brilla más allá. Es sin duda, como dices, un cenit, de tu poesía, si, pero mucho más, un cenit de la belleza, de la emoción, y claro, de la poesía.
No puedo dejar pasar la oportunidad de volver, y contártelo. Fue el de vuelta, como bien dices, y es para mi como escuchar por primera vez una voz, ese momento no se olvida.
De los que guardo en mi mesilla de noche, siempre presente.
Un abrazo grande amigo
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F. Enrique
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Mensaje sin leer por F. Enrique »

Me ha parecido sencillamente impresionante, Óscar, una inmersión apasionada en el recuerdo, una llamada al amor que perdura, triste y profundo, amargo y apasionado, con referencias culturales de todos los colores entre las que prevalecen las de la música y no es un capricho, aquello que llega directamente al alma. Un poema extenso resuelto con brillantez y ya sabemos como suelen rebelarse este tipo de poemas.

Un abrazo.
***
Unos versos caídos en el cielo de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no puede desplegarse
cuando no encuentra el camino de tus labios./align]
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Óscar Bartolomé Poy
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Mensaje sin leer por Óscar Bartolomé Poy »

Ventura Ramos López escribió:Este poema, quierido Óscar, no se queda perdido nunca. Su estrella brilla más allá. Es sin duda, como dices, un cenit, de tu poesía, si, pero mucho más, un cenit de la belleza, de la emoción, y claro, de la poesía.
No puedo dejar pasar la oportunidad de volver, y contártelo. Fue el de vuelta, como bien dices, y es para mi como escuchar por primera vez una voz, ese momento no se olvida.
De los que guardo en mi mesilla de noche, siempre presente.
Un abrazo grande amigo


Te agradezco enormemente la admiración que muestras por este poema tan especial dentro de mi obra, como también el que lo hubieras devuelto a la primera página. Sé que tus palabras son sinceras, y valoro mucho tus apreciaciones.

Un fuerte abrazo, Ventura.
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Óscar Bartolomé Poy
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Re: re: Adagio para cuerdas

Mensaje sin leer por Óscar Bartolomé Poy »

Julio González Alonso escribió:Vale la pena volver sobre esta lectura. Un placer renovado.
Salud.

A ti también te estoy agradecido por traer de vuelta este poema, Julio, pero además por partida doble, porque lo hiciste en un momento en que mi reputación dentro de Alaire cayó en picado como consecuencia de mi brutal e inesperada (por lo infrecuente aquí) sinceridad. Y eso se notó en los comentarios recibidos en mis poemas (sonrío).

Un fuerte abrazo.
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F. Enrique escribió: Me ha parecido sencillamente impresionante, Óscar, una inmersión apasionada en el recuerdo, una llamada al amor que perdura, triste y profundo, amargo y apasionado, con referencias culturales de todos los colores entre las que prevalecen las de la música y no es un capricho, aquello que llega directamente al alma. Un poema extenso resuelto con brillantez y ya sabemos como suelen rebelarse este tipo de poemas.

Un abrazo.

Pocos poetas hay aquí que hagan comentarios tan bien razonados como los tuyos, así que para mí representa una gran satisfacción que este poema te haya causado una impresión tan favorable.

Un abrazo, F. Enrique, y gracias por detenerte en mi espacio.
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